La inmortalidad del alma

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Inmortalidad del alma

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

PREFACIO
La creación
La inmortalidad en el Edén y el engaño satánico
 
EL SER HUMANO ES UN SER INTEGRAL
Introducción
Espíritu, alma y cuerpo son integrales
No existen almas inmortales
 
EL ALMA
Introducción
Definiciones
Nefesh en el Antiguo Tstamento
Nefesh según el Diccionario Expositivo VINE
Nefesh según el Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia
Cuatro conclusiones
Psyjé en el Nuevo Testamento
Resultados sobre el análisis de las palabras “nefesh” y “psyjé”
Conclusión
 
LA RESURRECCIÓN
Inconsistencias de la inmortalidad del alma con la doctrina de la resurrección
La resurrección, ¿cómo es?
La resurrección de Cristo
Alentadoras y entusiastas promesas
La transfiguración
 
RECOMPENSAS Y CASTIGOS
Introducción
La inmortalidad del alma está en contradicción con esta doctrina
Lo que dice la Biblia
Conclusión
 
LA HISTORIA Y LA INMORTALIDAD DEL ALMA
Introducción
La religión judía
La religión cristiana
 
LA INMORTALIDAD DEL ALMA Y SUS NEFASTAS CONSECUENCIAS
Introducción
Falsas creencias cristianas (católicas) sustentadas en la inmortalidad del alma
El más grave daño que ha hecho a la fe cristiana la inmortalidad del alma


 

PREFACIO

En el capítulo 1 el versículo 27 del libro de Génesis dice: «Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó». Indudablemente el versículo nos indica que el hombre fue una creación especial de Dios, diferente de todos los demás seres.

De aquí se ha inferido en la naturaleza del hombre un «ser» espiritual, distinto y separado de la materia, al cual se le denomina «alma» o «espíritu» según la idea teológica que se tenga.

Para quienes creen de esa manera, este «ser» es la esencia espiritual del hombre que lo identifica con el SER de Dios. Es el asiento de los pensamientos, los sentimientos, la conciencia y la voluntad.

Ha sido un principio cardinal de la iglesia cristiana evangélica afirmar la inmortalidad de dicho «ser» espiritual después de la muerte física, y designa tal calidad de existencia como «estado intermedio».

Aunque es la opinión de algunos últimamente que la permanencia de un «alma» consciente después de la muerte en un estado de felicidad o de desgracia, tiene un trasfondo filosófico o especulativo; más que una enseñanza basada en la fe, con fundamentos claros y directos en la Biblia.

Vamos a defender este último punto de vista en el presente estudio.

La creación

El Génesis es bastante claro como para encontrar alguna explicación de cuál es la constitución física y espiritual del ser humano. Según está escrito en la revisión del año 1995 de la Versión Reina-Valera, el texto de Génesis 2.7 dice: Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida y fue el hombre un ser viviente.

Se deduce de aquí que no hubo un «ser espiritual» preexistente, ni tampoco fue creada un «alma» separada e independiente del cuerpo de Adán y puesta después en él como algo distinto y adicional. El proceso es:

1) Fabricar una figura humana hecha de tierra, sin vida.

2) Animar con el aliento de vida aquella figura muerta.

3) Se convierte la figura muerta en un «alma viviente». O sea, en un «ser viviente» a imagen de Dios, conforme había sido el propósito.

Gn. 1.26a: Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…

El alma entonces no es un «ser» aparte e independiente del cuerpo. El alma es la imagen de Dios resultante de la «materia» inyectada con «el soplo de vida».

Por eso afirmamos que «cuerpo», «alma» y «espíritu» forman un solo ser integral (el hombre a imagen de Dios) y por lo tanto en su desempeño son inseparables.

1 Te. 5.23: Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser—espíritu, alma y cuerpo— sea guardado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando se rompe esa integración con la muerte, que es la vuelta a Dios del soplo o aliento de vida, muere la materia y deja de existir el «alma» (la semejanza de Dios) en el ser viviente que fue el hombre. Todo queda igual que antes, cuando el «alma» de Adán no existía por ninguna parte.

Gn. 3.19: Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.

No hay aquí la promesa, ni tan siquiera el anuncio por parte de Dios a Adán, de un «alma inmortal» que continuará viviendo después de la muerte. Cosa que nos parece imprescindible si fuera así. Eso brilla por su ausencia.

Ec. 12.7: …antes que el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.

Sal. 104.29,30: Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser y vuelven al polvo. Envías tu espíritu, son creados y renuevas la faz de la tierra.

Ec. 3.19,20: Pues lo mismo les sucede a los hijos de los hombres que a las bestias: como mueren las unas, así mueren los otros, y todos tienen un mismo aliento de vida. No es más el hombre que la bestia, porque todo es vanidad. Todo va a un mismo lugar; todo fue hecho del polvo, y todo al polvo volverá.

Job 34.14,15: Si él pusiera sobre el hombre su corazón y retirara su espíritu y su aliento, todo ser humano perecería a un tiempo y el hombre volvería al polvo.

Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia

ESPÍRITU  Traducción de la voz hebrea ruakh y la griega pneuma, que significan «aire en movimiento», «viento» o «aliento». La ruakh es la señal y el hálito de vida. Se considera el principio vital tanto del hombre como del animal (Gn. 6:17; 7.15,22. Ez. 37.5–14), y es sensible de debilitamiento por causas como la sed y el cansancio (Jue. 15.19). Los ídolos no tienen ruakh (Jr. 10.1451.17).

Tres palabras definen el espíritu como aliento vital: nefes, ruakh y neshamah, y según todas este aliento lo pone Dios para el inicio de la vida. Al primer hombre, Dios le «sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Gn 2.7). Jehová es el Señor del aliento que el hombre posee (Job 27.3; 33.4). Como tal, cuando Jehová retira el aliento de la persona, regresa a Él que lo dio y el cuerpo vuelve al polvo de la tierra (Job 34.14, 15; Sal 104.29s; 143.7; Ec 12.7).

Todo lo expuesto anteriormente es bastante como para poner en duda que exista un «alma inmortal consciente» más allá de la tumba.

La inmortalidad en el Edén y el engaño satánico

La inmortalidad de su ser integral (espíritu, alma y cuerpo), fue uno de los atributos suyos que el Creador le concedió a la primera pareja; y habrían de conservarla para siempre sólo con una condición: que no pecaran. Si pecaban morirían y perderían esa parte tan importante de la imagen de Dios.

Gn. 2.17: …pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás.

Gn. 3.3: …pero del fruto del árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis.

El diablo los engañó haciéndoles creer que no morirían, aun cuando pecaran.

Gn. 3.4: Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis.

Todavía hoy sigue engañando al hombre con la falsa promesa de la inmortalidad, haciéndole creer que no muere, cuando el Señor lo que dispuso fue que moriría. Volvería a ser lo que era antes de haber sido creado, no un alma inmortal, sino polvo de la tierra. Sin embargo, Satanás le hace creer que muere su cuerpo, pero no su alma.

Está bien claro que Dios dispuso para el hombre la muerte y no la inmortalidad:

Gn. 2.9a: E hizo Jehová Dios nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto…

Gn. 3.22-24: Luego dijo Jehová Dios: El hombre ha venido a ser como uno de nosotros, conocedor del bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrara la tierra de la que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso querubines al oriente del huerto de Edén, y una espada encendida que se revolvía por todos lados para guardar el camino del árbol de la vida.

El hombre recuperará el derecho a comer del árbol de la inmortalidad, sólo en la nueva creación de Dios: Ap. 2.7; 22.2,14. En el Edén lo perdió totalmente.



EL SER HUMANO ES UN SER INTEGRAL

Introducción

El «alma» para la teología, o la «psique» para la psicología cristiana, es un «ente» o un «ser» espiritual, origen y sostén de los pensamientos, los sentimientos, la conciencia, la voluntad; en fin, de todos los atributos espirituales e invisibles del ser humano, y que permanece viva aun después de la muerte con esas mismas facultades.

Sin embargo, además de todo cuanto nos dice la Escritura, también la experiencia iluminada por la razón nos advierte que el hombre es un ser integral. Racionalmente no puede existir y desempeñarse el alma separada del cuerpo.

Espíritu, alma y cuerpo son integrales

Hagamos primero una aclaración sobre el hálito (espíritu) de vida para explicarnos mejor.

En Eclesiastés se nos dice que tanto el hombre como los animales provienen del polvo y que el aliento de vida de ambos es el mismo (Ec. 3.18-20). Si esta afirmación la comparamos con la creación del Génesis, nos daremos cuenta del grande y poderoso espíritu divino que es el «aliento de vida».

Los animales fueron creados del agua (Gn. 1.20,21) y de la tierra (Gn. 1.24,25; 2.19). El hombre fue creado también de la tierra (Gn. 2.7). Y de igual manera las plantas fueron creadas de la tierra (Gn. 1.11,12). O sea, todo lo viviente fue creado por Dios y tiene su origen en la materia muerta.

Es un hecho científicamente comprobado que todos los seres vivos (plantas, animales y el ser humano) están constituidos por los mismos elementos químicos simples que puede haber en cualquier puñado de tierra. Pero hay algo sumamente importante: Estos elementos químicos simples que se hallan en cualquier puñado de tierra, están formados por átomos y moléculas inertes, sin vida. Mientras que en los seres vivientes están organizados en células vivas, con todas las características que diferencian a un ser vivo (un árbol) de un ser muerto (una piedra): Nacer, alimentarse, crecer, reproducirse y morir.

¿Cómo es posible que estos átomos y moléculas de los elementos químicos inertes se organicen y formen células vivas con todas las maravillosas características de los seres vivientes? Se debe al gran poder que tiene el «hálito (espíritu) de vida» que Dios impregnó en la materia muerta, para crear plantas, animales y al hombre.

Y lo más maravilloso de todo es que esta creación mediante «el aliento o espíritu de vida» se da de manera permanente todos los días.

Cuando una mujer concibe en su seno un nuevo ser, lo que se incrusta en las paredes de su útero, es sólo una «criatura» microscópica, que habrá de crecer y convertirse en una criatura humana en apenas nueve meses. Pero vale preguntarse: ¿Cómo se producirá físicamente esa criatura? ¿De qué se formarán sus pulmones, sus ojos, su piel, sus huesos? ¿Cómo puede llegar a alcanzar cinco o diez libras de materia una microscópica partícula de ella?

Simple y sencillamente de los elementos químicos inertes que su madre ingiere y respira. Del oxígeno, del hidrógeno, del carbono, del potasio; en fin, de los minerales, proteínas o vitaminas con que su madre se alimenta. Esa microscópica unidad viviente tiene el maravilloso «poder» de procesar todos estos elementos químicos inertes, hasta convertirlos en células vivas.

¡Qué poder extraordinariamente maravilloso tiene el hálito (espíritu) de vida que Dios sopló en la nariz de Adán! Él puede convertir átomos y moléculas muertas, en células vivas, que a su vez formarán tejidos, los tejidos, órganos, y éstos formarán esa gran maravilla de la vida que se llama «la criatura humana».

Igual prodigio ocurre con el animal que nace, o con la pequeña semilla de la cual crece un frondoso árbol. Todos toman de la tierra los elementos químicos inertes, para transformarlos en células, y a éstas en órganos y seres vivos.

Ese es el «hálito o espíritu de vida» que comparten plantas, animales y el hombre, y que cuando se pierde y vuelve a Dios que lo dio, sobreviene la muerte del ser vivo. Diríamos que es un poder espiritual dado a la materia, una fuerza, más modernamente, una energía milagrosa impregnada por Dios en la materia.

El alma es otro poder, otra fuerza, otra virtud de Dios, un atributo suyo, una facultad, su propia imagen, impregnada también por Él en la materia; pero sólo otorgada al hombre.

El «hálito (espíritu) de vida» es el poder de hacer que la materia muerta adquiera la vida. El «alma» es el poder divino de hacer pensar, sentir, tener conciencia y voluntad a la materia en ese ser vivo que es el hombre.

El alma, ya lo hemos dicho varias veces, la concebimos como la imagen de Dios en el hombre, no como un «ser» espiritual independiente del cuerpo y del hálito de vida. Por eso ella no puede ejercer sus facultades espirituales si no es a través de ese cuerpo vivo. Y de ese cuerpo en estado sano y sin limitaciones. Y vamos a poner tres ejemplos:

Cierto hombre se encuentra en un estado normal de salud. Sus facultades espirituales las ejerce con normalidad: piensa, siente, juzga, actúa. Pero en un segundo sufre un golpe fuerte en la cabeza o un trastorno cerebral que le daña las células del cerebro y se queda como un vegetal: no piensa, no siente, no juzga, no tiene voluntad. ¿Qué se dañó: el alma o las neuronas?

Indudablemente fueron las neuronas. Sin embargo, con el daño de ellas el hombre perdió las facultades espirituales del alma. ¿Ella desapareció? ¿O simplemente no pueden manifestarse las facultades de la imagen de Dios en el hombre, del alma, porque es parte integral del cuerpo?

Otro ejemplo: El Síndrome de Down está catalogado como la causa más frecuente de discapacidad psíquica congénita. Una clara limitación de las facultades del alma. Pero, ¿a qué se debe que una persona con este mal no pueda pensar bien, sentir plenamente, o tener una conciencia absolutamente clara? ¿A una deficiencia espiritual del alma o a un defecto físico del cuerpo?

Se sabe que las células del ser humano poseen cada una en su núcleo 23 pares de cromosomas. El Síndrome de Down se debe a una alteración en el par número 21 de los 23 pares de cromosomas que tienen las células humanas.

¿Cómo se explica racionalmente que si el alma es un «ser» con existencia y funciones espirituales propias, con la capacidad de existir en estado consciente pleno aun después de la muerte del cuerpo, se vea limitada en sus funciones espirituales, no ya solamente por un defecto de las neuronas alojadas en el cerebro, sino por un defecto de las células que forman todo el cuerpo?

¿Cómo es posible que si el alma está limitada en su función por el hecho de que el cuerpo esté enfermo (como es en este caso del Síndrome de Down), pueda manifestarse plenamente aun cuando ese cuerpo esté muerto?

Por último, en las enfermedades psiquiátricas, donde a todas luces se ven afectadas las capacidades espirituales del alma, los médicos tratan con medicamentos, electroshock y otros recursos a partes físicas del cuerpo: el cerebro, el sistema nervioso, etc., y en muchísimos casos obtienen buenos o completos resultados. Si el alma tiene una existencia y función independientes y separadas del cuerpo, si no está integrada con él y es parte de él, ¿cómo es que los médicos pueden curar “sus enfermedades” sanando las partes físicas del cuerpo?

Aunque quizás sea un tanto burda y no del todo completa esta comparación que sigue, sí ejemplifica un poco este asunto: el alma y el cuerpo pueden compararse al fluido eléctrico (el alma) y a la bombilla (el cuerpo). No puede haber luz en la bombilla sin ambas cosas a la vez y en el estado pertinente la bombilla. Así no puede existir la manifestación espiritual del alma, sin un cuerpo físico en las condiciones correctas para ser el soporte de su ejecutoria. No puede ni existir ni actuar el alma por sí misma sin el cuerpo. Ni antes y mucho menos después de la muerte. El ser humano es un ser integral.

No existen almas inmortales

La Biblia y la razón no favorecen a la teoría de una separación del cuerpo y del alma, y mucho menos a la inmortalidad de esta última.

Por eso afirmamos con plena seguridad, que con vida (espiritual o biológica) y actividad en el universo, sólo existen estos seres:

Dios, los ángeles de Dios, los ángeles caídos, los seres humanos vivos, los animales y las plantas.

Fuera de eso no existe nada más, a no ser la materia inerte. No existen almas inmortales en el cielo, en el infierno, en el purgatorio o errantes por el mundo haciendo el bien o el mal. Las almas de los muertos no se aparecen entre los vivos, porque simple y llanamente no existen. Ya lo hemos afirmado antes, cuando se rompe la integración que forman el aliento de vida, el alma y el cuerpo con la muerte, desaparece todo: El hálito de vida (espíritu no consciente) vuelve a Dios que lo dio, el cuerpo vuelve al polvo de la tierra de donde fue tomado; por lo tanto dejan de existir las facultades racionales y espirituales, el alma, (la imagen de Dios en el hombre). Hasta el gran milagro de la resurrección donde todo esto se recompone en el mismo ser que fuimos en vida, pero glorificado a la imagen de Cristo.



EL ALMA

Introducción

¿Hay fundamentos bíblicos sólidos, integrales entre el Antiguo y el Nuevo Testamento y suficientemente bien fundados, para creer que esto es así? ¿Qué el alma es inmortal?

¿Se puede armar la doctrina de la inmortalidad del alma basada en textos bíblicos exclusivamente, sin argumentar de antemano la especulación filosófica?

A la luz de la Biblia la doctrina de la inmortalidad del alma no tiene un sólido fundamento.

Definiciones

Enciclopedia Digital Wikipedia

El término alma se refiere a un principio o entidad inmaterial e invisible que poseerían algunos seres vivos cuyas propiedades y características varían según las diferentes tradiciones y perspectivas filosóficas…

El alma es una de las tres entidades del hombre. En el alma se hallan los instintos, sentimientos y emociones del hombre. El alma es más sensible que el cuerpo, ya que está en un grado mucho mayor.

Ya hemos dicho antes que, según nuestro criterio, el alma es la imagen de Dios en el ser humano, no un «ente» o «ser» aparte y con existencia propia. El Señor dijo «hagamos al hombre a nuestra imagen». El alma es lo que hace al hombre parecido a Dios y distinto de los animales: son el raciocinio, los sentimientos, la conciencia, la voluntad y muchos otros atributos morales y espirituales, de los cuales carecen los seres irracionales.

«Alma» según el Diccionario Ilustrado de la Biblia

Término que en el Antiguo Testamento es traducción común del sustantivo hebreo nefesh, que a su vez se deriva del verbo nafash (respirar, rehacerse).

Aparece unas 755 veces en el Antiguo Testamento con significados muy variados.

En el Nuevo Testamento «alma» es la traducción común del griego psyjé que a su vez deriva del verbo psyjó («soplar»), y aparece más o menos cien veces.

Psyjé (como nefesh) significa a veces «ser viviente», y puede referirse a un animal […] o a una persona […]. Con el pronombre posesivo, psyjé puede significar también «yo mismo».

Sin ir más lejos en las explicaciones, podemos entender que las palabras de los textos originales (nefesh en el hebreo del Antiguo Testamento y psyjé en el griego del Nuevo Testamento) de donde se traduce nuestro vocablo «alma», no tienen un solo significado, sino muy variado.

Nefesh en el Antiguo Testamento

Significa garganta, canal de la respiración o cuello: Sal. 69.1 ¡Sálvame, Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma! (nefesh). Jonás 2.5 Las aguas me envolvieron hasta el alma (nefesh).

Aliento, respiración, expulsar aire de los pulmones: Job 41.21 Su aliento (nefesh) enciende los carbones… Gn. 35.18 Ella, al salírsele el alma (nefesh) —pues murió—…

También significa vida: Lv. 17.11 …porque la vida (nefesh) de la carne en la sangre está… Sal. 72.13 …salvará la vida (nefesh) de los pobres… 1 R. 17.21 Jehová, Dios mío, te ruego que hagas volver el alma (nefesh) a este niño.

Un ser vivo, persona o animal: Gn. 1.20 Produzcan las aguas seres (nefesh) vivientes… Gn. 2.7 …y fue el hombre un ser (nefesh) viviente. Éx. 1.5 Todas las personas (nefesh) de la descendencia de Jacob fueron setenta.

Con nefesh también se designa a un cadáver: Lv. 21.1 …que no se contaminen por un muerto (nefesh) en sus pueblos. Lv. 19.28 No haréis incisiones en vuestro cuerpo por un muerto (nefesh). Nm. 6.6 Durante todo el tiempo que se aparte para Jehová, no se acercará a persona muerta (nefesh).

Se dice que la nefesh muere (Los textos son de una edición de 1884 de la Reina-Valera): Nm. 23.10 Muera mi alma  (nefesh) de la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como él. Jue. 16.30: Y haciendo esto, dijo Samson: Muera mi alma (nefesh) con los filisteos.

Si consultamos otras revisiones posteriores de la Reina-Valera (1909, 1960, 1995) vamos a encontrar que han sustituido la frase «muera mi alma» de estos dos textos, por «muera yo» o «muera mi persona». Sin embargo lo que quiere decir realmente el texto hebreo es «muera mi alma = nefesh».

La nefesh no es algo distinto del cuerpo que baja al Seol (lugar de los muertos): Sal. 16.10 …porque no dejarás mi alma (nefesh) en el seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Sal. 30.3 Jehová, hiciste subir mi alma (nefesh) del seol. Me diste vida, para que no descendiera a la sepultura. Pr. 23.14: Castígalo con la vara y librarás su alma (nefesh) del seol.

Se usa también para el ser de Dios: Sal. 11.5 Jehová prueba al justo; pero al malo y al que ama la violencia, los repudia su alma (nefesh). Zac. 1.8 pues mi alma (nefesh) se impacientó contra ellos, y su alma (nefesh) también se hastió de mí.

Nefesh según el Diccionario Expositivo VINE

El problema fundamental es que no existe en castellano un equivalente exacto en hebreo ni del vocablo ni de la idea de «alma». El sistema de pensamiento hebreo no conoce la combinación u oposición de los términos «cuerpo» y «alma» que son de origen griego y latino.

Más bien en el hebreo se contraponen dos conceptos que no se encuentran en la tradición grecolatina: «el ser interior» y «la apariencia externa», o puesto de otra manera: «lo que somos para nosotros mismos», en contraposición a «lo que otros creen ver en nosotros». El ser interior es nefesh, mientras que el ser externo, la reputación, es sem, cuya traducción más frecuente es «nombre».

Nefesh según el Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia

En contraste con el pensamiento filosófico griego (por ejemplo, Platón), es notable que el Antiguo Testamento jamás habla de la inmortalidad del alma. Al contrario, se dice que la nefesh muere.

La nefesh no es algo distinto del cuerpo que baja al Seol, sino el ser humano total.

A los habitantes del Seol no se les llama «almas» ni espíritus, sino «muertos» (refaim en Sal. 88.10; metim en Is. 26.14,19).

Cuatro conclusiones

  • La palabra «nefesh» en el Antiguo Testamento, de donde se traduce «alma» a nuestro idioma, tiene un uso muy variado, y puede significar desde la vida espiritual interior del hombre (la imagen de Dios) hasta un cadáver.
  • En el español no existen palabras que puedan ser equivalentes exactos del concepto hebreo, y por eso en la traducción, en algunos casos, se usa la palabra «alma», pero no es el término adecuado, ni la idea adecuada al concepto hebreo.
  • En el sistema de pensamiento hebreo no existe la combinación u oposición de los términos «cuerpo» y «alma» como hoy se cree. Sus conceptos son «el ser interior» y «la apariencia externa».
  • Esta idea de «alma» como un ente distinto y separado del «cuerpo», y que sigue viviendo aun después de la muerte, no es hebrea propiamente. Tiene su origen en las culturas griega y latina.

Se imponen entonces las preguntas:

¿De dónde incorporó el cristianismo la creencia en la inmortalidad del alma?

¿De la religión de los israelitas, o mejor dicho, de la religión de los israelitas del Antiguo Testamento, que no tiene ni palabras ni concepciones sobre ese asunto?

¿O de las filosofías y religiones griegas y romanas paganas, que sí contenían el concepto de un alma distinta y separada del cuerpo?

La respuesta es obvia.

Psyjé en el Nuevo Testamento

Puede referirse tanto a un animal como a personas: Ap. 16.3 …y murió todo ser (psyjé) viviente que había en el mar. Ro. 13.1 Sométase toda persona (psyjé) a las autoridades superiores… Hch. 7.14 …en número de setenta y cinco personas (psyjé). Hch. 27.37 Y éramos todas las personas (psyjé) en la nave doscientas setenta y seis.

En ocasiones psyjé significa «yo mismo», «mi alma»: Mt. 12.18 …en quien se agrada mi alma (psyjé). Jn. 12.27 Ahora está turbada mi alma (psyjé).

Pero también significa «vida física», la vida que alienta la materia: Mt. 6.25 No os angustiéis por vuestra vida (psyjé), qué habéis de comer o qué habéis de beber… Mr. 8.35-37 Todo el que quiera salvar su vida  (psyjé), la perderá; y todo el que pierda su vida (psyjé) por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma (psyjé)? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma (psyjé)?

Como puede entenderse muy bien, si se tradujera este texto de Marcos de otra manera, no se estaría cometiendo algún error, porque estaría en perfecta armonía con el contexto de las palabras de Jesús. Veamos: Todo el que quiera salvar su vida (psyjé), la perderá; y todo el que pierda su vida (psyjé) por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su vida (psyjé)? ¿O qué recompensa dará el hombre por su vida (psyjé)?

En todo este texto psyjé significa literalmente vida física, la vida que alienta la materia. No tiene porqué traducirse la primera parte con esa idea y la segunda de otra manera, insinuando así la existencia de un alma espiritual, inmaterial, independiente del cuerpo e inmortal. Quienes así la han traducido es porque tienen como premisa la doctrina de la inmortalidad del alma. Pero el contexto no refleja realmente esa idea.

Mt. 10.28: No temáis a los que matan el cuerpo pero el alma (psyjé) no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma (psyjé) y el cuerpo en el infierno.

Si tenemos en cuenta que psyjé de igual forma significa «vida física», la vida que alienta la materia, este texto bien podría traducirse también de esta otra manera:

No temáis a los que matan el cuerpo pero la vida (psyjé) no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir la vida (psyjé) y el cuerpo en el infierno.

Así el texto significaría que Dios es el autor y el dueño de aquel «hálito de vida» que sopló en el Edén en la nariz de Adán, cuando todavía éste era una figura muerta hecha de tierra. Ese «hálito de vida» vuelve a Dios como dueño que es de él, cuando el hombre muere. Por lo tanto, nadie lo puede destruir, aunque destruya el cuerpo, que sí es «polvo de la tierra».

Si comparamos el texto paralelo de Lucas comprenderemos que esa es la idea. Veamos: Lc. 12.4,5 Os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, pero después nada más pueden hacer. Os enseñaré a quién debéis temer: Temed a aquel que, después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno. Sí, os digo, a este temed.

Otros textos donde psyjé significa la vida natural del cuerpo: Mt. 2.20 (Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español) …han muerto los que buscaban la vida (psyjé) del niño…

La Versión Popular Dios Habla Hoy traduce este versículo de la siguiente manera: …porque ya han muerto los que querían matar al niño…

Según el texto griego, Herodes y sus secuaces lo que buscaban para arrebatársela, era la psyjé del niño Jesús.

Hch. 20.10 (Revisión de 1909 de la Reina-Valera): No os alborotéis, que su alma (psyjé) está en él. Otras revisiones posteriores traducen así: No os alarméis, pues está vivo.

Ap. 12.11 …menospreciaron sus vidas (psyjé) hasta la muerte.

La Versión Popular Dios Habla Hoy traduce este versículo de Apocalipsis de la siguiente manera: …no tuvieron miedo de perder la vida (psyjé), sino que estuvieron dispuestos a morir.

Según esta versión, que también fue traducida de los originales griegos, lo que estuvieron dispuestos a perder los fieles con la muerte fue la psyjé (¿el alma o la vida?). Bueno, es ahí donde se evidencia la preferencia teológica: Si crees en la inmortalidad del alma, entonces preferirías admitir que aquí psyjé es vida, no alma.

En una visión de personas: Ap. 6.9 Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas (psyjé) de los que habían muerto por causa de la palabra de Dios y del testimonio que tenían.

¿Por qué no traduce la Reina-Valera aquí psyjé como «personas» o «seres», tal y como lo ha hecho en otros versículos? Por lo mismo: se trata de insinuar la inmortalidad del alma.

La Versión Popular Dios Habla Hoy lo traduce de otra manera. Veamos: Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi debajo del altar a los que habían sido degollados por haber proclamado el mensaje de Dios y haber sido fieles a su testimonio.

Resultados sobre el análisis de las palabras «nefesh» y «psyjé»

Hemos hecho todo este examen de los términos en algunos versículos de muestra, con el fin de llegar a la conclusión de que para investigar si el alma es inmortal o no, no es correcto ni confiable depender nada más que de los usos de la palabra «alma» en nuestras traducciones españolas de la Biblia, por cuanto las palabras en los originales y de las cuales se traduce la palabra «alma» (nefesh en el Antiguo Testamento y psyjé en el Nuevo Testamento) tienen muy variados significados según sus contextos, y en dependencia de la teología de los traductores y de los revisores, pues las van a traducir o a revisar.

Expresado de otra manera: Como la mayoría de nuestras versiones españolas, incluida la que más usamos (la Reina-Valera), han sido traducidas y revisadas por personas cuya teología está orientada de antemano a creer en la inmortalidad del alma, pues es fácil encontrar las traducciones de «nefesh» y «psyjé» como «alma», en aquellos textos que puedan dar pie a creer en su inmortalidad; pero en los otros, donde pueda aparecer como que muere, o que es temporal, pues no han traducido «alma», sino «aliento», «ser viviente», «ser humano», «persona», «vida», «yo», «muerto», etc. Por eso, repetimos, no es confiable depender nada más del uso de la palabra «alma» en las traducciones españolas para afirmar o negar su inmortalidad.

Conclusión

La creencia en la inmortalidad del alma no tiene su origen en la religión de los hebreos del Antiguo Testamento. Pero sí estaba ya presente en las filosofías y las religiones paganas del Mediterráneo, cuando el cristianismo hizo su aparición en este escenario, y también en algunas sectas religiosas judías influenciadas por el helenismo, como los fariseos y los esenios. De ahí se introdujo en la religión cristiana desde los primeros siglos. Por eso esta doctrina no está explicada satisfactoriamente en la Biblia. Y de hecho, algunos ponen en duda hoy su integral anuencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Vamos a hacer una comparación para explicarnos mejor: Otra doctrina que tampoco está expuesta explícitamente en la Sagrada Escritura es la doctrina sobre la divinidad de Cristo. O sea, que Cristo es Dios y hombre al mismo tiempo. Sin embargo, esta doctrina sí cuenta con abundantes textos en la Biblia para crearla y fundamentarla. No ocurre así con la doctrina de la inmortalidad del alma. Hay muchos versículos que afirman o prueban clara y fehacientemente que Cristo es Dios. Con ellos se puede armar la doctrina de la divinidad de Cristo sin ninguna duda. Pero no se puede hacer lo mismo con la doctrina de la inmortalidad del alma. Esta doctrina no se puede armar sustentada sólo en versículos bíblicos. Es imprescindible adquirirla de antemano como un «concepto filosófico», para después imaginarla implícita en unos pocos versículos bíblicos. Pero esos versículos bíblicos por sí solos, sin la especulación filosófica previamente concebida, no son ni suficientes ni mucho menos evidentes para sustentar consistentemente la doctrina.

¿Qué hacen los exponentes de la inmortalidad del alma? Pues toman esos poquísimos versículos donde dicha inmortalidad parece estar implícita y de ahí sustentan la doctrina.

Tal es el caso, por ejemplo, de:

Lc. 23.43: Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

2 Co. 5.8 Pero estamos confiados, y más aún queremos estar ausentes del cuerpo y presentes al Señor.

Flp. 1.23 De ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.

Como decíamos, si no hubiera existido previamente el concepto metafísico de la inmortalidad del alma en las filosofías y en las religiones grecorromanas, así como en algunas sectas judías, ESTOS VERSÍCULOS POR SÍ SOLOS NO PODÍAN HABER DADO LUGAR AL DESCUBRIMIENTO Y ENTENDIMIENTO DE ESTA DOCTRINA EN LA BIBLIA. La idea ya existía en estas esferas paganas y judías, y los teólogos cristianos de los primeros siglos la tomaron prestada de allí y la incorporaron a la fe cristiana, usando como fundamento estos y otros exiguos versículos.

Sin embargo, lo más importante es demostrar que este credo resulta inconsistente o contradictorio a la luz de otras doctrinas y creencias que sí están bien explicadas en la Palabra de Dios. Veamos los próximos capítulos.



LA RESURRECCIÓN

Inconsistencias de la inmortalidad del alma con la doctrina de la resurrección

La doctrina de la inmortalidad afirma que el alma nunca muere. He aquí entonces el primer escollo de inconsistencia: Si el alma nunca muere, ¿por qué el Nuevo Testamento habla de una resurrección? ¿Cómo puede resucitar lo que nunca ha muerto?

Los teólogos de la inmortalidad dicen que la resurrección es del cuerpo físico nada más.

Pero eso no lo enseña la Biblia. La Sagrada Escritura dice que habrá resurrección, y punto, sin decir que es del cuerpo nada más. ¿Cómo fue que Cristo, Pablo y los otros que escribieron acerca de la resurrección pasaron por alto un asunto de tanta importancia y trascendencia, como era enseñar que la resurrección se efectuaría nada más en el cuerpo, puesto que el alma nunca moriría? El Nuevo Testamento mantiene un silencio muy elocuente sobre este particular.

Además, la simple lógica nos indica que si después de la muerte inmediatamente las almas de los salvados van a gozar de la vida eterna en el reino de los cielos, y las de los perdidos van a ser castigadas en el infierno, ¿para qué hace falta la resurrección de los cuerpos? Se hace innecesaria.

Ahora bien, ¿cómo puede representar la esencia de la salvación algo que también puede ser innecesario?

1 Co. 15.12-18: Pero si se predica que Cristo resucitó de los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de muertos?, porque si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación y vana es también vuestra fe. Y somos hallados falsos testigos de Dios, porque hemos testificado que Dios resucitó a Cristo, al cual no resucitó si en verdad los muertos no resucitan. Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que murieron en Cristo perecieron.

Notemos como Pablo condiciona la realidad de la futura resurrección de los muertos a la resurrección de Cristo, y establece el paralelo entre una y la otra, para afirmar clara y categóricamente que si no hay resurrección de muertos, entonces tampoco Cristo resucitó.

Y en el contexto de esta idea hay algunas expresiones del apóstol que suenan muy alto en contra de la supuesta inmortalidad del alma. Dicen así estas expresiones:

…vana es entonces nuestra predicación…

…vana es también vuestra fe…

…aún estáis en vuestros pecados…

…los que murieron en Cristo perecieron.

Pablo pone en  duda con estas cuatro frases casi que el evangelio completo: la predicación, la fe, el perdón de los pecados y la misma salvación. ¿Por qué? Dice que si Cristo no resucitó, todo esto está descalificado.

Y uno se pregunta: ¿Cómo es que Pablo no se percata que la resurrección del cuerpo de Cristo no sería tan imprescindible, si la inmortalidad de su alma fuera un hecho? ¿Cómo no comprende que aun cuando el cuerpo de Cristo no hubiera resucitado, su alma inmortal podía estar en el cielo y hacer de igual manera la redención? ¿Por qué condiciona todas las grandes verdades del evangelio a la resurrección de Cristo y para nada tiene en cuenta a la inmortalidad de su alma? Nos parece que la respuesta a estas preguntas no son tan difíciles: Es que en la mente y en la teología de Pablo no está la inmortalidad del alma. Para él la esencia, la esperanza y la validez de la redención y de la salvación misma, están en la resurrección total e integral del Salvador, no en una supuesta inmortalidad de su alma.

Y aunque el asunto principal que Pablo trata de exponer aquí es la resurrección de Cristo como el fundamento para la esperanza de la resurrección del cristiano; también vale la lógica de pensar que Pablo habla en tales términos, como si, de no haber resurrección, después de la muerte nada hubiera.

¿Tampoco tenía en cuenta para esto el apóstol de los gentiles a la inmortalidad del alma? Aunque no hubiera resurrección de los cuerpos, la inmortalidad del alma garantizaría de todas maneras la salvación. ¿Por qué dice entonces que, si no hay resurrección, «perecieron los que murieron en Cristo»?

Esto se hace más evidente si lo comparamos con otro texto posterior.

Veamos como escribe en ese mismo capítulo, pero en el versículo 32: Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿de qué me sirve? Si los muertos no resucitan, «Comamos y bebamos, porque mañana moriremos».

¡¿Cómo es posible que Pablo escriba así, si supuestamente su alma habría de ir para “el cielo” inmediatamente después de su muerte, para gozar allí de la salvación al lado de Cristo?!

¡¿Cómo es posible que aliente ciertos goces de la vida terrena y mundana (comer y beber) como lo más importante, de no haber resurrección?!

¿Dónde dejó la inmortalidad del alma inmediatamente después de la muerte?

Simple y sencillamente, porque para Pablo (repetimos) la gran esperanza, el premio verdadero, está en la resurrección de los muertos, no en una supuesta inmortalidad del alma.

Queda otro asunto inconsistente con la Sagrada Escritura: Si la resurrección es nada más que del cuerpo, porque el alma está en el cielo o en el infierno: ¿cómo se efectuará en la práctica esta resurrección? Veamos:

Catecismo de la Iglesia Católica

997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

Inconsistencia de esta doctrina con la Biblia

Pablo dedica un capítulo casi completo (1 Corintios 15) a explicar la resurrección, además de otros textos en sus epístolas en los cuales menciona o trata sobre esta esperanza. También Cristo habló en varias ocasiones sobre esto mismo, así como otros autores del Nuevo Testamento. Ni en uno solo de esos textos, vamos a encontrar la resurrección como el descenso desde el cielo de almas etéreas, invisibles, incorpóreas e inmortales, para ocupar los cuerpos de carne y de huesos resucitados en gloria. En el caso de la resurrección de los justos. O de almas de la misma naturaleza saliendo del infierno para ocupar los cuerpos condenados, en el caso de la segunda resurrección. ESTE PANORAMA NO ES BÍBLICO.

La resurrección se plantea en el Nuevo Testamento como el regreso al mundo de los vivos del ser humano que ha muerto; sin entrar en detalles de si es el cuerpo solo el que resucita, el alma, o si es el ser integral. Eso no se trata en las Sagradas Escrituras cuando se habla de la resurrección. Son creaciones fabulosas e inconsistentes con la resurrección bíblica. Es sólo una pretensión de acomodar artificialmente la inmortalidad del alma con la doctrina bíblica de la resurrección.

Aunque en un tema que no es sobre la resurrección Pablo presenta la idea de un ser integral que estará presente en la Segunda Venida de Cristo:

1 Te. 5.23: Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser—espíritu, alma y cuerpo— sea guardado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Inconsistencias con otros textos bíblicos

Aunque el Nuevo Testamento no da señales palmarias sobre la inmortalidad del alma, algunos textos de la Biblia sí dicen cosas muy sugerentes sobre el estado de los muertos. Y lo que dicen nos da pie para poner en duda la teoría de la inmortalidad del alma y su estado consciente después de la muerte.

Ec. 9.5,6: Porque los que viven saben que han de morir, pero los muertos nada saben, ni tienen más recompensa. Su memoria cae en el olvido. También perecen su amor, su odio y su envidia; y ya nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol.

Job 14.10-12: En cambio el hombre muere y desaparece. Perece el hombre, ¿y dónde estará? Como se evaporan las aguas en el mar, y el río se agota y se seca, así el hombre yace y no vuelve a levantarse. Mientras exista el cielo, no despertará ni se levantará de su sueño.

Sal. 6.4,5: Vuélvete, Jehová, libra mi alma. ¡Sálvame por tu misericordia!, porque en la muerte no hay memoria de ti; en el seol, ¿quién te alabará?

Sal. 88.10-12: ¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será proclamada en el sepulcro tu misericordia o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas y tu justicia en la tierra del olvido?

Sal. 115.16,17: Los cielos son los cielos de Jehová, y ha dado la tierra a los hijos de los hombres. No alabarán los muertos a Jah, ni cuantos descienden al silencio.

Is. 38.18: Pues el seol no te exaltará ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán en tu verdad.

Hch. 10.34,35: David NO SUBIÓ A LOS CIELOS, pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.

Tal parece que el alma de David no está en el cielo y no va a descender el día de la resurrección para ocupar su cuerpo glorioso.

La resurrección, ¿cómo es?

¿Qué resucitará?

¿El alma?

¿Un cuerpo espiritual creado nuevo por Dios y distinto del que tenemos ahora?

¿Este mismo cuerpo que tenemos ahora, pero transformado, glorificado?

Sólo la Biblia da la respuesta verdadera.

1 Te. 5.23: Que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— sea guardado irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo.

Volvemos a citar este texto porque es muy importante. Pablo dice aquí que es todo el ser. Lo que de nosotros va a estar presente el día de la venida de Cristo es nuestro ser completo. No es el alma sola o un cuerpo espiritual ajeno al que tenemos ahora, como algunos piensan. Pablo puntualiza: espíritu, alma y cuerpo.

Como ya hemos afirmado, el capítulo 15 de Primera de Corintios Pablo lo dedica casi exclusivamente al tema de la resurrección. Veamos qué dice:

1 Co. 15.35-38: Pero preguntará alguno: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?  Necio, lo que tú siembras no vuelve a la vida si no muere antes. Y lo que siembras no es el cuerpo que ha de salir, sino el grano desnudo, sea de trigo o de otro grano. Y Dios le da el cuerpo que él quiere, y a cada semilla su propio cuerpo.

Saber cómo será el cuerpo de la resurrección no es una inquietud exclusiva del hombre moderno. En la época de Pablo ya había quienes se interesaban por saber esto, debido a la fuerte y penetrante influencia del pensamiento griego, que menospreciaba el valor del cuerpo. Por ese motivo es que el apóstol de los gentiles asume la responsabilidad inspirada de dar una explicación. Y comienza exponiendo lo que conocemos como la «analogía de la semilla».

Es innegable que la planta no es un cuerpo creado aparte de la semilla, sino que es el resultado de la misma semilla. Si el caso es, como se representa en la gráfica, el de un fríjol, nos daremos cuenta que de la semilla no queda mucho en la tierra, hasta los dos cotiledones salen también a la superficie y se abren para dar lugar y crecimiento a la planta.

Pues este es el ejemplo que Pablo pone para dar la respuesta a las preguntas que tal parece alguien le hiciera en Corinto: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?

Como el de la semilla que nace. La misma semilla, transformada.

1 Co. 15.42-44: Así también sucede con la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual. Hay cuerpo animal y hay cuerpo espiritual.

1 Co. 15.53,54: …pues es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción y que esto mortal se vista de inmortalidad. Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «Sorbida es la muerte en victoria».

Esto corruptible y mortal, o sea, el cuerpo que tenemos ahora, no otro creado aparte, se vestirá de incorrupción e inmortalidad. A eso es a lo que Pablo llama un «cuerpo espiritual».

La resurrección de Cristo

Sin embargo, la clave más importante para saber cómo será el cuerpo de los resucitados es la resurrección de Cristo. Porque la Biblia afirma, sin lugar a dudas, que los cristianos salvados serán semejantes al Cristo resucitado.

Volvamos al capítulo 15 de Primera de Corintios.

1 Co. 15.45-47: Así también está escrito: «Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente»; el postrer Adán, espíritu que da vida. Pero lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual.  El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo.

Notemos como Pablo habla en estos textos que tratan sobre el cuerpo de la resurrección, de un «Adán espiritual», que se da después de un «Adán animal». Y que ese «Adán espiritual» es Cristo. Vale la pregunta: ¿Cristo era absolutamente espiritual o también de carne y de huesos?

1 Co. 15.48,49: Conforme al terrenal [¿a quién? F a Adán], así serán los terrenales; y conforme al celestial [¿a quién? F a Cristo], así serán los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal [¿de quién? F de Adán], traeremos también la imagen del celestial [¿de quién? F de Cristo].

1 Jn 3.2: Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es.

Flp. 3.20,21a: Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso semejante al suyo…

La pregunta decisiva entonces sería: Si en nuestra resurrección hemos de ser como Cristo, si hemos de traer un cuerpo glorificado como el suyo, ¿cómo fue el cuerpo de la resurrección de Cristo?

Lc. 24.36-43: Mientras aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: —¡Paz a vosotros! Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: —¿Por qué estáis turbados y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Pero como todavía ellos, de gozo, no lo creían y estaban maravillados, les dijo: —¿Tenéis aquí algo de comer?  Entonces le dieron un trozo de pescado asado y un panal de miel. Él lo tomó y comió delante de ellos.

Este cuerpo de Cristo que vieron los discípulos no era un espíritu. Ellos pensaban precisamente eso y Él los contradijo. Era de carne y de huesos. Tenía boca, dientes, esófago y estómago, como para poder comer pescado y miel.

Jn. 20.24-29: Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús se presentó. Le dijeron, pues, los otros discípulos: —¡Hemos visto al Señor! Él les dijo: —Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré. Ocho días después estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y les dijo: —¡Paz a vosotros! Luego dijo a Tomás: —Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: —¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: —Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron.

Dos secciones muy importantes hay en este texto y que quisiéramos señalar de manera particular:

ü Luego dijo a Tomás: —Pon aquí tu dedo y mira mis manos; acerca tu mano y métela en mi costado…

ü Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, se puso en medio y les dijo: —¡Paz a vosotros!

Este cuerpo que tocó Tomás no era espiritual, sino de carne y de huesos. El podía meter sus dedos y manos en las heridas de la crucifixión. Sin embargo, ese mismo cuerpo podía entrar a una habitación sin abrir puertas o ventanas.

En Lucas 24.13-35 se relatan los sucesos en el camino de Emaús. Veamos dos de los últimos versículos:

Lc. 24.30,31: Y aconteció que, estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista.

Este cuerpo de Jesús era visible y tangible. Un cuerpo de carne y de huesos. Él mismo lo afirmó así. Sin embargo, también podía desaparecer a la vista de las personas que lo miraban, como si fuera un espíritu.

De todo esto asumimos que el cuerpo de la resurrección de Cristo fue un cuerpo de carne y de huesos, pero sin las necesidades ni las limitaciones de un cuerpo con esa naturaleza. Era un cuerpo espiritualmente glorificado.

Repitamos lo escrito por Juan y por Pablo

1 Jn. 3.2: Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es.

Flp. 3.20,21: Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso semejante al suyo, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.

1 Co. 15.45-49: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el postrer Adán, espíritu que da vida. Pero lo espiritual no es primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo. Conforme al terrenal, así serán los terrenales; y conforme al celestial, así serán los celestiales. Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.

Alentadoras y entusiastas promesas. Cuán distintas a las del catolicismo medieval.

¿No son promesas estas muy hermosas y alentadoras? ¿No nos proporciona conocer esto mucho entusiasmo y deseos de que ya llegue el tiempo? ¿Quién dice que seremos almas o cuerpos etéreos e informes, volando por el aire y con dos alas a la espalda tocando un arpa eternamente frente a un trono en los cielos? Sólo las creencias que el catolicismo medieval nos legó como herencia postulan tales ideas. La salvación que nos muestra la Palabra de Dios es algo diferente. Dinámica y hecha a la medida del hombre y para el hombre.

Nuestra identidad individual y física es lo que sirve a los demás para conocernos en la persona que somos y distinguirnos de otros seres humanos. Esto es algo que nos acompañará siempre, aun en la eternidad. Esa identidad personal y única nos la da nuestro cuerpo, no nuestra alma. Como vimos, vamos a traer en la resurrección un cuerpo glorificado, cambiado, diferente, como la semilla que germina; pero seremos nosotros mismos, los que estuvimos aquí en la tierra y así seremos conocidos.

Este será un cuerpo sin limitaciones ni necesidades, sin pecado y sin defectos de ninguna naturaleza, incorruptible, glorioso, lleno de poder, inmortal y con las características maravillosas que pudimos conocer en los evangelios estudiados del cuerpo glorificado de Cristo. Pero con las capacidades y posibilidades de un cuerpo físico, tangible y visible, tan real, como hasta para gustar de la comida y la bebida a la mesa en las bodas del Cordero.

Cristo comió pescado y miel, pero también comió y bebió con sus discípulos antes de la ascensión. De igual manera habrá de comer y beber junto con los salvados, en el reino que establecerá al fin de los tiempos.

Hch. 10.40,41: A este levantó Dios al tercer día e hizo que apareciera, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos.

Lc. 22.14-16: Cuando era la hora se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: —¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca!, porque os digo que no la comeré más hasta que se cumpla en el reino de Dios.

Mt. 26.29: Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.

Lc. 22.28-30: Y vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un Reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

Lc. 13.29: Vendrán gentes del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

La transfiguración

Hay en los evangelios un dato que nos confirma en esta creencia que hemos sustentado sobre la identidad y naturaleza física de nuestro cuerpo en la resurrección. En Mateo 16.28 dice: De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí que no gustarán la muerte hasta que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su Reino.

Los evangelios nos dicen que seis u ocho días después de estas palabras, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan y los llevó a un monte y allí se transfiguró delante de ellos.

Ese fue el cumplimiento del anuncio que les había hecho algunos días antes. Quienes no gustaron la muerte y lo vieron «viniendo en su reino», fueron Pedro, Jacobo y Juan.

Pero en este suceso hay un dato muy oportuno y ratificatorio para el tema que estamos tratando: Delante de estos tres discípulos aparecieron, junto al Señor, Moisés y Elías. Escribe Lucas así: Estos aparecieron rodeados de gloria; y hablaban de su partida, que Jesús iba a cumplir en Jerusalén (Lc. 9.31).

A Pedro se le salieron, muy emocionado, estas palabras: ¡Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí! Hagamos tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías (Lc. 9.33).

¿Cómo fue que Pedro pudo identificar a Moisés y a Elías sin haberlos visto nunca en su vida?

Aquel suceso representó el advenimiento de Cristo en su reino y muchos estudiosos afirman que Moisés y Elías están representando ahí a los resucitados y a los transformados en la Segunda Venida de Cristo (1 Co. 15.51-53).

Pedro pudo identificarlos porque estos dos profetas tenían su propia identidad física que los distinguía uno del otro. Como aquel era un suceso milagroso y representativo de lo que será el reino de Cristo en su gloria, Pedro tuvo la capacidad sobrenatural y espiritual, de conocerlos y llamarlos por sus nombres.

Así también seremos todos el día en que Cristo vuelva realmente. Conoceremos como fuimos conocidos… y nos conocerán (1 Co. 13.8-12).



RECOMPENSAS Y CASTIGOS

Introducción

Diccionario Teológico Ilustrado

ESTADO INTERMEDIO. Se entiende con esta expresión el tiempo que media entre el día de la muerte y el de la resurrección. Como el alma humana es de naturaleza espiritual, no muere con el cuerpo, sino que pasa a existir en una medida de tiempo probablemente distinta del actual. Ciñéndonos a la revelación del Nuevo Testamento, podemos decir que, desde la hora de la muerte, la condición de los salvos es ya radicalmente distinta de la de los condenados. Aquellos van al «seno de Abraham» (Lc. 16.23), sinónimo, al parecer, del «paraíso» (Lc. 23.43). Los condenados van al Hades (Lc. 16.23), vocablo griego equivalente al hebreo Seol, con la notable diferencia de que en el Antiguo Testamento, el Seol albergaba tanto a los buenos como a los malos (compárese 1 S. 28.19), mientras que, en la revelación del Nuevo Testamento, a partir de la resurrección del Señor (compárese Ef. 4.8. He. 11.40), sólo las almas de los salvos van al mencionado «paraíso», a «estar con Cristo» (Fl. 1.23), mientras que las de los réprobos esperan en el Hades hasta que vuelvan a unirse con sus cuerpos en el día de la resurrección final (compárese Ap. 20.12-15) y entren así en «el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (Ap. 21.8), que es el infierno propiamente dicho.

Introducción a la Teología Cristiana, de los doctores H. Orton Wiley y Paul T. Culbertson

Se sostiene que a la hora de la muerte, las almas de los justos van inmediatamente a la presencia de Cristo y de Dios […] Estas almas existen en un estado de conciencia, y la relación moral y espiritual a Cristo es continua e ininterrumpida […] Es un estado de bienaventuranza y de reposo.

Las almas de los malos desaparecen de la presencia de Dios, donde también existen en un estado de conciencia. Esta condición es de sufrimiento y de inquietud.

Como puede verse por las explicaciones de estos documentos teológicos evangélicos, éstos creen (igual que los católicos) que las recompensas y los castigos se dan inmediatamente después de la muerte.

La inmortalidad del alma está en contradicción con la doctrina bíblica de las recompensas y los castigos

La doctrina bíblica de recompensas y castigos, como la de la resurrección, está muy bien explicada en la Sagrada Escritura, particularmente en lo que concierne al tiempo de su cumplimiento. Y vamos a demostrar cómo es muy contradictoria contra esta que sostienen católicos y evangélicos, cuyo soporte se halla en la inmortalidad del alma.

Según la Palabra de Dios las recompensas y los castigos se darán en el día final, en los postreros días, en el tiempo del fin, en la Segunda Venida de Cristo, después de la resurrección, NO ES INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LA MUERTE.

La Biblia enseña sobre las recompensas o los castigos conscientes para gente resucitada en el tiempo final. La teología explica el proceso después de la muerte para «almas conscientes» en un estado intermedio. ¿Cuál de las dos tiene la razón?

En el supuesto de que sea la teología, habríamos de admitir la recompensa para todos los héroes de la fe de Hebreos capítulo once desde el mismo día en que murieron. Sin embargo, ¿qué nos dice la Biblia? Pero ninguno de ellos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, recibió lo prometido, porque Dios tenía reservado algo mejor para nosotros, para que no fueran ellos perfeccionados aparte de nosotros. (He. 11.39,40).

Si lo que enseña la teología fuera cierto, entonces tendríamos que admitir las recompensas de Isaías, Jeremías, Ezequiel y todos los profetas inmediatamente después de que murieron. Sin embargo en el libro de Apocalipsis está escrito: Las naciones se airaron y tu ira ha venido: el tiempo de juzgar a los muertos, de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra (Ap. 11.18).

De ser cierta la tesis teológica, el alma del profeta Daniel estaría gozando de la recompensa desde el mismo día en que murió durante el reinado de los persas. Sin embargo, la promesa que el mismo Señor le dio fue muy diferente: En cuanto a ti, tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días (Dn 12.13).

Si la teología y su postulado del «estado intermedio» tuvieran la razón, habríamos de admitir un estado de recompensa feliz para el alma del apóstol Pablo en la presencia de Cristo, desde el mismo día en que fue decapitado por orden de Nerón. Tomaríamos literalmente sus palabras: «…teniendo deseos de partir y estar con Cristo…» (Fl. 1.23). Pero el apóstol de los gentiles le revelaría a Timoteo, poco antes de su muerte, que la recompensa, el estado de felicidad en la presencia de Cristo, él esperaba recibirlo en su Segunda Venida: Yo ya estoy próximo a ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida. (2 Ti. 4.6-8).

Lo que dice la Biblia

Dn. 12.1,2: En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo. Será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua.

Es evidente que, según este texto, la vida eterna, o sea, la inmortalidad, la recibirán los creyentes «en aquel tiempo», el de la resurrección.

Mal 4.1,2: Ciertamente viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa. Aquel día que vendrá, los abrasará, dice Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas para vosotros, los que teméis mi nombre, nacerá el sol de justicia y en sus alas traerá salvación. Saldréis y saltaréis como becerros de la manada.

Mt. 25.31-33,46: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; entonces apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda… Irán estos al castigo eterno y los justos a la vida eterna.

Está bien claro aquí que recibirán las recompensas y los castigos «cuando el Hijo del hombre venga en su gloria».

Lc. 14.14: …y serás bienaventurado, porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos.

Jn. 5.28,29: No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.

Jn. 12.48: El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue: la palabra que he hablado, ella lo juzgará en el día final.

2 Te. 1.6-10: Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, mientras que a vosotros, los que sois atribulados, daros reposo junto con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Estos sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron…

2 Ti. 4.1: Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su Reino…

1 Pe. 1.3-5: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios, mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo final.

Ap. 22.12: ¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.

Conclusión

Otros textos más pudiéramos buscar para demostrar que las recompensas y los castigos se darán después de que Cristo aparezca en su Segunda Venida y se efectúe la resurrección en el fin del mundo.

Quienes sostienen la doctrina de la inmortalidad del alma contradicen esta parte de la Biblia. Ellos creen que cuando una persona muere, si no está salva, su alma va inmediatamente al infierno o al purgatorio (esto último entre los católicos) para ser castigada. Si ha sido salva, va para el cielo con el fin de estar en la presencia del Señor y gozar de la recompensa de la salvación.

Así tendríamos que suponer que, por ejemplo Abel, desde los primeros años de la creación está gozando de la vida eterna con Dios en el cielo y Caín está en el infierno sufriendo con el diablo.

No puede haber algo más contradictorio contra la doctrina bíblica de recompensas y castigos en el fin del mundo.



LA HISTORIA Y LA INMORTALIDAD DEL ALMA

Introducción

Volvemos a repetir que si nos remitimos a la historia (bíblica y secular) vamos a encontrar que la creencia en un alma humana inmortal, que sigue existiendo de manera consciente en algún lugar aun después de la muerte del cuerpo, no tiene su origen y fundamento en la única revelación de Dios que existió antes de la era cristiana: la Sagrada Escritura Hebrea

Pero sí está presente en casi todas las religiones y filosofías (no reveladas por el Señor) de pueblos y naciones (hindúes, babilonios, egipcios, griegos, romanos, celtas, etc.) que durante milenios estuvieron bajo el dominio de ideas oscuras, hoy diríamos ocultistas.

En el extravío de su camino, dieron a luz religiones y filosofías torcidas y engañosas.

En medio de esos pueblos sin la ciencia del Dios Verdadero, el engañador pudo haber actuado sin las limitaciones del conocimiento sobre la verdad revelada que tuvieron los hebreos. Pudo con plena libertad haberse manifestado espiritualmente y dirigir a los hombres y engañarlos a título de sus antepasados muertos, pues los indujo a creer en la inmortalidad del alma de éstos. La misma engañifa con la cual engatusó a Eva: «No moriréis. Seréis como dioses». Así estos pueblos paganos convirtieron en dioses inmortales a sus antepasados y les rindieron culto (Ro. 1.18-32).

La religión judía

En la religión hebrea del Antiguo Testamento, tan de la antigüedad como estas otras religiones, no ocurrió el fenómeno del culto a los muertos. Entre los hebreos no se le rindió culto a Abraham, a Moisés, a David. ¿Por qué? Porque su religión no contemplaba la creencia en la inmortalidad del alma de sus antepasados. Ellos no eran poseedores de una especulación religiosa o filosófica, sino que recibieron la Revelación de Dios.

Más tardíamente, en la época en que hizo auge el helenismo (la cultura griega), el llamado período intertestamentario o los 400 años de silencio profético, los años que van del profeta Malaquías al Nuevo Testamento, fue que esta especulación filosófica hizo irrupción en el judaísmo.

En esta época se escribieron algunos libros que, si bien la iglesia evangélica no los reconoce como inspirados, si constituyen una valiosa fuente de información. En algunos de ellos hay expresiones sobre los conceptos de «cuerpo», «alma» e «inmortalidad» (no existentes en la religión hebrea antigua) que indican la temprana influencia del pensamiento griego en la religión judía. Veamos sólo algunos textos como ejemplos (Cito de la Versión Popular «Dios Habla Hoy» Edición de Estudio):

2 Macabeos 15.30: Y Judas, que se había entregado todo entero, en cuerpo y alma, a luchar en primera fila por sus conciudadanos, sin perder el afecto que desde joven había sentido por su pueblo, ordenó que le cortaran la cabeza a Nicanor y el brazo derecho, y que los llevaran a Jerusalén.

Sabiduría 1.4: La sabiduría no entra en un alma perversa, ni vive en un cuerpo entregado al pecado.

Sabiduría 1.13-15: Pues Dios no hizo la muerte ni se alegra destruyendo a los seres vivientes. Todo lo creó para que existiera; lo que el mundo produce es saludable, y en ello no hay veneno mortal; la muerte no reina en la tierra, porque la justicia es inmortal.

Sabiduría 3.1-4: Las almas de los buenos están en las manos de Dios, y el tormento no las alcanzará. Los insensatos creen que los buenos están muertos; consideran su muerte como una desgracia, y como una calamidad el haberse alejado de nosotros. Pero los buenos están en paz: aunque a los ojos de los hombres parecían castigados, abrigaban la esperanza de no tener que morir.

Sabiduría 8.13: Gracias a la sabiduría, tendré la inmortalidad y dejaré un recuerdo eterno a los que vengan después.

Sabiduría 8.19,20: Yo era un niño, bueno por naturaleza, que había recibido un alma buena, o más bien, siendo bueno, entré en un cuerpo puro.

Sabiduría 9.14-16: Débil es la inteligencia de los hombres, y falsas muchas veces sus reflexiones; el cuerpo mortal es un peso para el alma; estando hecho de barro, oprime la mente, en la que bullen tantos pensamientos. Con dificultad imaginamos las cosas de la tierra, y trabajosamente hallamos lo que está a nuestro alcance. Pero, ¿quién puede descubrir las cosas celestiales?

Sabiduría 15.11: …porque no reconoció a Dios, que lo formó a él, le infundió un alma activa y le comunicó aliento de vida.

Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia

Los israelitas primitivos no especulaban sobre la naturaleza del espíritu. Solo les interesaba su acción (Ez 37.9) . Aun el judaísmo posterior no concebía el espíritu filosóficamente. La única mención del espíritu como inmaterial, inteligente, eterno y que todo lo penetra se encuentra en el libro griego de Sabiduría (7.22) .

La influencia helenista  determinó que el judaísmo llegara a distinguir entre principios materiales e inmateriales, hasta el grado de definir una psiquis, alma o espíritu capaz de subsistir fuera del cuerpo.

Más tarde aun llegó a considerarse el cuerpo como una cárcel del espíritu pensador.

Los fariseos

Se sabe que esta secta tuvo su origen en la época ya dicha; el período histórico entre los dos testamentos durante el cual no hubo profetas que escribieran y por eso ha sido nombrada por algunos como «los 400 años de silencio». Fue la época de la invasión de Alejandro el Grande y el establecimiento de los reinos helenos, y por consecuencia también de la penetración de la cultura griega en el mundo oriental

Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia

Diferían de los saduceos principalmente en su aceptación del concepto de la inmortalidad. Creían en la inmortalidad del alma, lo cual implicaba la resurrección del cuerpo.

Esta secta, por tener su origen en la época ya mencionada y estar influenciada por el modo de pensar de los filósofos griegos, nació infiltrada por la creencia en la inmortalidad del alma.

Los esenios

Los esenios fueron otra secta religiosa judía contemporánea con Cristo. Pero no vivían en las ciudades y mezclados con la sociedad como las otras sectas (fariseos y saduceos), sino llevaban una vida monástica y compartían sus bienes en comunidad. Se ha llegado a creer que la comunidad de Qumrán al sur del Mar Muerto, descubierta a mediados del siglo XX, era un monasterio de los esenios. Varios historiadores creen que fueron, junto con los fariseos y los saduceos, uno de los tres grandes movimientos religiosos judíos de la época de Jesús.

Flavio Josefo (37-101) fue un historiador judío. Escribió sobre los esenios y su creencia en la inmortalidad del alma. De él reproducimos algunos párrafos a continuación.

Las Guerras de los Judíos, de Flavio Josefo

Tienen una opinión por muy verdadera, que los cuerpos son corruptibles y la materia de ellos no se perpetúa; pero las almas quedan siempre inmortales, y siendo de un aire muy sutil, son puestas dentro de los cuerpos como en cárceles, retenidas con halagos naturales; pero cuando son libradas de estos nudos y cárceles, libradas como de servidumbre muy grande y muy larga, luego reciben alegría y se levantan a lo alto; y que las buenas, conformándose en esto con la sentencia de los griegos, viven a la otra parte del mar océano, adonde tienen su gozo y su descanso, porque aquella región no está fatigada con calores, ni con aguas, ni con fríos, ni con nieves, pero muy fresca con el viento occidental que sale del océano, y ventando muy suavemente está muy deleitable. Las malas ánimas tienen otro lugar lejos de allí, muy tempestuoso y muy frío, lleno de gemidos y dolores, adonde son atormentadas con pena sin fin.

Paréceme a mi que con el mismo sentido los griegos han apartado a todos aquellos que llaman héroes y semidioses en unas islas de bienaventurados, y a los malos les han dado un lugar allí en el centro de la tierra, llamado infierno, adonde fuesen los impíos atormentados; aquí fingieron algunos que son atormentados los sísifos, los tántalos, los ixiones y los tirios, teniendo por cierto al principio que las almas son inmortales, y de aquí el cuidado que tienen de seguir la virtud y menospreciar los vicios; porque los buenos, conservando esta vida, se hacen mejores, por la esperanza que tienen de los bienes eternos después de esta vida, y los malos son detenidos, porque aunque estando en la vida han estado como escondidos, serán después de la muerte atormentados eternamente.

Esta, pues, es la filosofía de los esenios, la cual, cierto, tiene un halago, si una vez se comienza a gustar, muy inevitable.

Enciclopedia Judía

El relato de la creación del hombre habla de un espíritu o aliento con el cual fue dotado por su Creador (Gen. 2.7); pero este espíritu fue concebido como inseparablemente unido, si no completamente identificado con la sangre vital (Gn. 9.4; Lv. 17.11). Sólo a través del contacto de los Judíos con el pensamiento griego y persa se da la idea de un alma incorpórea, teniendo su propia individualidad, tomando raíces en el judaísmo…

En la Biblia no hay referencias directas al origen del alma, su naturaleza, y su relación con el cuerpo; pero estas interrogantes dan lugar a la especulación de la escuela judía de Alejandría,  especialmente de Filón de Alejandría, quien encontró en la interpretación alegórica de los textos bíblicos la confirmación de su sistema psicológico.

La influencia ejercida por el Neoplatonismo  en el desarrollo de la Cábala  es particularmente notable en las doctrinas psicológicas encontradas en el Zohar;  esto se sostiene por el atuendo místico con el que se visten y el intento de conectar el alma con la omnipresente Sefirot,  ideas similares a las que profesan los neoplatónicos. El alma, enseña la Zohar, tiene su origen en la Suprema Inteligencia, en la cual las formas de vida existentes pueden distinguirse unas de otras; y esta Inteligencia Suprema puede ser nombrada «Alma Universal».

La creencia de que el alma continúa su existencia después de la disolución del cuerpo es asunto de especulación psicológica o teológica más que de simple fe, y en consecuencia, no se enseña expresamente en ninguna parte de las Sagradas Escrituras.

La creencia en la inmortalidad del alma viene a los judíos por medio del contacto con el pensamiento griego y principalmente a través de la filosofía de Platón, su principal exponente, quien fue guiado a ella a través de los misterios órficos  y eleusinos  en los cuales los puntos de vista babilonios y egipcios fueron extrañamente mezclados…

Según Filón de Alejandría, el alma existe antes de su entrada al cuerpo, una prisión de la cual la muerte la libera; para regresar a Dios y vivir en constante contemplación de Él, su más alto destino.

Sin embargo, la concepción rabínica predominante del mundo futuro es la de la resurrección, no la de la pura inmortalidad. La resurrección se convirtió en dogma del judaísmo, apoyado en la Mishná  y en la liturgia, así mismo como la Iglesia conoce solamente de un futuro basado en la resurrección; donde la inmortalidad permanece simplemente como una asunción filosófica. Por tanto, cuando Maimónides  declaró que el mundo venidero es enteramente espiritual, uno en el que el cuerpo y los placeres corporales no tienen parte, entró en fuerte oposición con Abraham de Posquières,  cuyas anotaciones críticas a un número de pasajes talmúdicos no dejan lugar a duda en cuanto a la identificación del mundo venidero con la resurrección del cuerpo.

Los filósofos judíos de la Edad Media sin excepción reconocieron el carácter dogmático de la creencia en la resurrección, mientras que por otro lado insistieron en el carácter axiomático de la inmortalidad del alma.

Fue mérito de Moisés Mendelssohn,  el filósofo más prominente de la escuela deísta  en una era de iluminación y escepticismo, revivir mediante su «Phædon» la doctrina platónica de la inmortalidad, y afirmar la naturaleza divina del hombre mediante la presentación de nuevos argumentos a favor de la sustancia espiritual del alma. A partir de entonces el judaísmo, y especialmente el judaísmo progresista o reformador, enfatizó la doctrina de la inmortalidad, en su instrucción religiosa y su liturgia, mientras que el dogma de la resurrección fue gradualmente descartado y, en la reforma de los rituales, eliminado de los libros de oración. La inmortalidad del alma, al contrario de la resurrección, vino a ser una parte integral del credo judío y la continuación lógica de la idea de Dios, puesto que la fidelidad de Dios pareció apuntar, no al cumplimiento de la promesa de resurrección dada a aquellos que «duermen en el polvo», como lo establece la segunda de las Dieciocho Bendiciones, sino como la realización de aquellas altas expectativas las cuales están sembradas, como parte de su verdadera naturaleza, en cada alma humana.

Por estas citas podemos comprobar que la doctrina de la inmortalidad del alma vino a formar parte del judaísmo por el contacto de los hebreos con las filosofías griegas. Esta doctrina no existe en el Antiguo Testamento.

La religión cristiana

De la filosofía platónica y del judaísmo, pasó al cristianismo el concepto de la inmortalidad del alma.

Historia del Pensamiento Cristiano,  de Justo L. González

No podemos repasar aquí toda la historia de la filosofía griega y helenista, pero sí debemos señalar algunas de las doctrinas que hicieron posible la influencia de las diversas escuelas en la historia del pensamiento cristiano.

Sin lugar a dudas, es Platón, de entre todos los filósofos de la antigüedad, quien más ha influido en el desarrollo del pensamiento cristiano. De entre sus doctrinas, las que más nos interesan aquí son las de los dos mundos, la de la inmortalidad y preexistencia del alma, la del conocimiento como reminiscencia y la que se refiere a la Idea del Bien.

La doctrina de la inmortalidad del alma atrajo desde muy temprano a los cristianos que buscaban en la filosofía griega un apoyo para la doctrina cristiana de la vida futura. Si Platón había afirmado que el alma era inmortal, ¿por qué los paganos se burlaban ahora de los cristianos, que también afirman la vida tras la muerte? Los cristianos que así discurrían no se percataban siempre de que la doctrina platónica de la inmortalidad del alma era muy distinta de la esperanza cristiana de la resurrección. La doctrina platónica hacía de la vida futura, no un don de Dios, sino algo que correspondía naturalmente al hombre por razón de lo divino que en él hay. La doctrina platónica afirmaba la inmortalidad del alma y la muerte eterna del cuerpo, ya que sólo lo espiritual es de valor permanente. La doctrina platónica afirmaba, no sólo la inmortalidad, sino también la preexistencia y la trasmigración de las almas. Todo esto era muy distinto del cristianismo, pero no faltaron pensadores cristianos que, en su afán de interpretar su nueva fe a la luz de la filosofía platónica, llegaron a incluir todo esto en el cuerpo de la doctrina cristiana.

La doctrina cristiana de la resurrección del cuerpo difiere radicalmente de la doctrina platónica de la inmortalidad del alma. Según Platón, el alma es por naturaleza inmortal; en el cristianismo, la vida futura se da sólo por el don de Dios a través de la obra de Jesucristo. Para Platón, el cuerpo es la prisión del alma, y la muerte física constituye una liberación que ha de ser recibida con alegría; en el Nuevo Testamento, el cuerpo participa también de la vida futura, y la muerte es el enemigo que ha de ser deshecho. La inmortalidad platónica es algo negativo, y consiste en la continuación ininterrumpida de la vida del alma; la resurrección cristiana es algo positivo, que consiste en una obra tan radicalmente nueva como la creación misma.

Por otra parte, la doctrina de la vida tras la muerte también era objeto de burlas por parte de los paganos, y ante tales burlas algunos cristianos buscaban apoyo en la doctrina platónica de la inmortalidad. Esto daba al cristianismo cierto aspecto intelectual, pero tendía a confundir la doctrina griega de la inmortalidad del alma con la doctrina cristiana de la resurrección de los muertos, y a esta confusión podía seguir toda una serie de valoraciones de carácter más platónico que cristiano. Tampoco aquí se deja llevar Justino  por la semejanza aparente entre la doctrina platónica y la cristiana, sino que afirma que el alma es por naturaleza mortal y que la esperanza cristiana está, no en una inmortalidad universal, sino en la resurrección de los muertos.

Volvamos a Filón de Alejandría. ¿Quién fue este hombre y qué hizo?

Enciclopedia Digital Wikipedia

Es uno de los filósofos más renombrados del judaísmo helénico.

El pensamiento de Filón concilia la filosofía griega y el judaísmo, que intenta armonizar mediante el método alegórico, que toma tanto de la tradición exegética judía como de la filosofía estoica. Su obra no tuvo gran aceptación ni entre los judíos ni entre los griegos. Sin embargo, fue recibida con entusiasmo por los primeros cristianos, que llegaron a tenerle por uno de los suyos.

Historia del Pensamiento Cristiano, de Justo L. González

La expresión máxima de este intento por parte de los judíos de armonizar su tradición con la cultura helenista se halla en Filón de Alejandría, contemporáneo de Jesús, quien se esforzó en interpretar las Escrituras judías de tal modo que resultasen compatibles con las doctrinas de la Academia. Según Filón, las Escrituras enseñan lo mismo que Platón, aunque para ello hacen uso de la alegoría.

…el cristianismo alejandrino se caracterizó por su interpretación alegórica de las Escrituras.

La interpretación que debía darse al Antiguo Testamento había sido ya un problema entre los judíos helenistas, y así el judío alejandrino Filón había ofrecido una interpretación alegórica del Antiguo Testamento que resultaba compatible con su doctrina neoplatónica. De igual modo, los cristianos se enfrentaban ahora a la aparente incompatibilidad entre algunos de los preceptos del Antiguo Testamento y las enseñanzas del Nuevo. […] Luego, era necesario descubrir métodos de interpretación que aproximasen ambos Testamentos. Uno de estos métodos era la alegoría, procedimiento mediante el cual se despojaban los preceptos del Antiguo Testamento de ese carácter algo primitivo que chocaba a los cristianos. Esta alegorización fue característica de los teólogos alejandrinos, primero judíos como Filón, y luego cristianos como Clemente y Orígenes.

Clemente de Alejandría

Enciclopedia Filosófica Symploké

Clemente de Alejandría (aprox. 150-215). Maestro catequista que trató de asimilar la filosofía griega a la doctrina cristiana. Para Clemente, en Platón, en el estoicismo y en los pitagóricos, se encuentran verdades ocultas por el paganismo. Del mismo modo, en la tradición hebrea se encuentran estas verdades. Ambas son preparaciones dispuestas por Dios para la llegada del Nuevo Testamento: en forma de filosofía para los pueblos paganos; en forma de fe para el pueblo elegido.

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Clemente fue alumno de Panteno –en quien reconocería haber encontrado el mejor de sus maestros–, administrador de la escuela de la catequesis de Alejandría. Cuando Panteno murió, Clemente fue su sucesor y por lo tanto tomó las riendas de dicha escuela. Uno de los estudiantes más famosos al cual educó Clemente fue Orígenes.

…afirma que los filósofos y poetas griegos solo hicieron suposiciones sobre la verdad, pero que los profetas en cambio establecieron el camino directo a la salvación. Clemente escribió que el Logos  divino se ha presentado para despertar a todo lo bueno que existe en el alma humana y que a través de este despertar los humanos pueden alcanzar la inmortalidad.

Historia del Pensamiento Cristiano, de Justo L. González

Clemente afirma que los filósofos conocieron la verdad por obra de Dios, de manera semejante al modo en que los judíos recibieron la Ley.

Por esta razón, «el mismo Dios que proveyó ambos pactos (el de la Ley y el de la Filosofía) fue el dador de la filosofía griega a los griegos, mediante la cual el Todopoderoso es glorificado entre ellos».

Influencias Platónicas en el Pensamiento de Clemente de Alejandría,  de José Antonio Llamas Martínez. Profesor tutor de Hnos. de la Educación UNED. Centro Asociado de Asturias.

Dentro del pensamiento de los primeros intelectuales cristianos, las obras de Clemente de Alejandría son quizá el espejo más fiel donde se refleja la filosofía platónica. En cierto sentido no sería decir nada nuevo, pues el influjo de Platón era muy notorio a lo largo de todo el periodo helenístico. Clemente de Alejandría es un intelectual que se educa a la luz de las diversas escuelas helenísticas. Por lo tanto parece obvio que destile en sus obras la sabiduría platónica.

Estrechamente relacionado con el tema platónico de los dos mundos, estaría el influjo que ejerce el filósofo sobre nuestro autor en la problemática antropológica de la relación cuerpo-alma. Ambas realidades corresponderían tanto para Platón como para Clemente a cada uno de los dos mundos. El alma al mundo invisible, el cuerpo al sensible.

En el mismo sentido se expresa Platón en otro texto, cuando reconoce que el filósofo se ejercita toda su vida en la separación del alma del cuerpo, llegando a soportar impasible la muerte física. Con la muerte física se produciría la liberación definitiva de los vínculos corporales que la mantenían maniatada. El filósofo encontraría su verdadera casa en el mundo inteligible. Frente a esto, el alejandrino [Clemente] sostiene igualmente que el mundo corpóreo es inferior, pero por motivos distintos. Platón se está refiriendo a la conducta externa. En Clemente el mundo terreno ha perdido su valor. El paso al mundo superior no es un ascenso meramente noético, sino motivado por la esperanza en el Logos, es decir, por la fe.

Orígenes

Vivió entre los años 185-254. Fue discípulo de Clemente de Alejandría. El pensamiento cristiano de Orígenes fue crucial para la formulación del pensamiento cristiano de la iglesia en su parte oriental en los primeros siglos.

Historia del Pensamiento Cristiano, de Justo L. González

En Cesarea, Orígenes fundó una escuela teológica semejante a la que había organizado en Alejandría. En ella se dedicó a la enseñanza teológica por espacio de casi veinte años, aunque su fama era tal que varias veces tuvo que interrumpir sus labores docentes a fin de acudir a alguna parte del imperio donde se reclamaba su presencia.

La obra literaria de Orígenes fue inmensa; tanto, que no podemos dar aquí ni siquiera una lista de los títulos de sus obras. Debido a las vicisitudes de la historia, la inmensa mayoría de las obras de Orígenes se han perdido, pero la pequeña fracción que ha llegado hasta nosotros es ya un conjunto impresionante. Aunque Epifanio  afirma que las obras de Orígenes llegaban al número de seis mil, sólo unos ochocientos títulos han llegado hasta nosotros.

La teología cristiana de Orígenes, igual que la de su maestro Clemente, estaba influenciada por la escuela alejandrina, que como ya vimos, tiene sus raíces en el platonismo del filósofo judío Filón de Alejandría.

Página web Biografías y Vidas

Orígenes:

Exponente privilegiado de la gnosis ortodoxa, fue el primero en concebir un sistema completo del cristianismo, integrando las teorías neoplatónicas.

En sus obras doctrinarias (Contra Celso y Sobre los Principios), Orígenes expone su pensamiento filosófico, en el que se muestra deudor del platonismo, del estoicismo y del neoplatonismo.

Cree Orígenes que todas las almas provienen de un mundo preexistente: los que hicieron uso de su libertad en contra de Dios, fueron condenados a unirse con el cuerpo; es el caso de los hombres. Los demonios serían seres cuya desobediencia fue mayor, y por eso cayeron más abajo. Solamente el alma de aquel hombre que sería Jesús permaneció devota y unida al Verbo hasta identificarse plenamente con él.

Historia del Pensamiento Cristiano, de Justo L. González

Orígenes postula una creación eterna, pero no una materia eterna. El mundo que Dios crea en primer término no es este mundo visible, sino el mundo de los intelectos. Estos son los recipientes primarios de la actividad creadora de Dios, como también serán más tarde los beneficiarios de su acción salvadora. Estos intelectos fueron creados de tal modo que su propósito se encontraba en la contemplación de la Imagen de Dios, que es el Verbo. Pero estaban también dotados de libertad, la cual les permitía apartarse de la contemplación de esa Imagen y dirigir su mirada hacia la multiplicidad. Ningún ser creado es bueno o malo por razón de su esencia, sino por razón del uso que hace o ha hecho de su propia libertad.

Haciendo uso de su libertad, cierto número de estos intelectos que Dios había creado se apartaron de la contemplación de la Imagen, y con ello «se enfriaron» y se convirtieron en almas. Mas no todos se apartaron en igual medida, y ésta es la razón de la diversidad y jerarquía de los seres racionales. Esta jerarquía es múltiple, e incluye tronos, principados, potestades, y todos los seres celestiales de que hablan las Escrituras. Pero básicamente esta jerarquía se compone de tres niveles: los seres celestiales, cuyos cuerpos son etéreos; los que hemos caído hasta este mundo, con nuestros cuerpos carnales; y los demonios, cuyos cuerpos son aún más bastos que los nuestros.

De toda esta especulación acerca del origen de los seres racionales surge la doctrina de la doble creación, que Orígenes toma de Filón. Según esta doctrina, las dos narraciones paralelas de la creación que aparecen en el Génesis corresponden a dos acciones diversas por parte de Dios. La primera es la creación de los intelectos, y es de ellos que se dice que Dios los creó «varón y hembra», es decir, sin distinciones sexuales. La segunda es la creación de este mundo visible, que Dios plasmó a fin de que sirviese de campo de prueba a los espíritus caídos, y en el cual Dios hizo primero el cuerpo del hombre y luego el de la mujer.

En este mundo, cada uno de nosotros se halla a prueba a fin de que, mediante el ejercicio de nuestra libertad, podamos regresar a la unidad y armonía de todos los seres racionales que es el propósito de Dios. En el entretanto, y mientras nos acercarnos a ese fin, parece probable –y aquí Orígenes no se atreve más que a sugerir– que tengamos que pasar por toda una serie de encarnaciones que nos lleven de escalón en escalón de la jerarquía de los seres.

El pensamiento de Orígenes es teocéntrico, a diferencia del de Clemente, que gira alrededor del Logos. En Clemente, el Logos era el punto de contacto entre la filosofía pagana y la revelación cristiana, y esto determina el carácter de su teología. En Orígenes, al contrario, todo gira alrededor del Dios Trino, y en última instancia del Padre. La consecuencia de esto es que Clemente tiende a interpretar toda la verdad cristiana a partir de la doctrina del Logos como iluminador, y llega así a la más peligrosa de sus doctrinas: la de un cristianismo «gnóstico» que sólo está al alcance de quienes reciben del Logos una iluminación especial. Esta es la consecuencia inmediata del punto de partida de Clemente, que tiende a hacer del cristianismo una simple verdad superior que ha de ser recibida por la iluminación del Logos. Orígenes parte, no del Logos, sino de un Dios cuyas características están prácticamente determinadas por el platonismo. El resultado de esto es el conjunto de doctrinas que más tarde le valieron la censura de buen número de cristianos: la eternidad del mundo, la preexistencia de las almas y la existencia de otros mundos en el futuro.

Por otra parte, Orígenes sobrepasa a Clemente al menos en dos aspectos: en la amplitud y coherencia total de su sistema teológico y en lo audaz de sus doctrinas. Lo primero le valió ser una de las principales fuentes de la teología oriental. Lo segundo le valió ser condenado repetidas veces por esa misma teología.

De todo lo citado hasta ahora con relación a la inmortalidad del alma y la historia de los primeros cristianos, podemos concluir diciendo que el pensamiento cristiano de la iglesia oriental en los siglos segundo y tercero estuvo fuertemente penetrado por la filosofía platónica (particularmente por la filosofía de Filón de Alejandría) a través de Clemente y de Orígenes, al extremo de concebir formas de pensamiento y hasta doctrinas tan ajenas a la verdad bíblica y cristiana como lo fueron: el cristianismo gnóstico, la eternidad del mundo, las dos creaciones (la de los intelectos y la del mundo visible), la existencia de otros mundos en el futuro, el concepto del Logos de Filón (que más tarde abortaría en el arrianismo), la preexistencia y las trasmigración de las almas, etc.

No es extraño entonces que el concepto platónico de la inmortalidad del alma fuera un asunto no discutido, ni siquiera analizado, sino incorporado a la religión cristiana sin que hubiera alguna oposición notable por parte de algún teólogo. Se incorporó sin dilación alguna.

A Orígenes se le cuestionaron otras definiciones teológicas. Fue acusado de otros errores. Pero la inmortalidad del alma nunca fue causa de censura contra él, porque la iglesia cristiana oriental aceptó y asimiló esta especulación filosófica platónica sin mayores inconvenientes.

La iglesia latina, Agustín de Hipona

Aunque la teología de la iglesia occidental, a diferencia de la iglesia oriental, tuvo un carácter más práctico que especulativo, no por eso se dejaron de tratar asuntos de esta índole. Fue Agustín de Hipona (también llamado «San Agustín») uno de sus más destacados escritores y quien más influyó en la formulación de la teología de la iglesia latina.

Enciclopedia Encarta2005

San Agustín de Hipona (354-430), teólogo cristiano, el más grande de los padres de la Iglesia y uno de los más eminentes doctores de la Iglesia occidental.

San Agustín elaboró un método sistemático de filosofía para la teología cristiana. Enseñó retórica en Cartago, Roma y Milán antes de bautizarse en el 387. Sus discusiones sobre el conocimiento de la verdad y la existencia de Dios parten de la Biblia y los antiguos filósofos griegos. Defensor enérgico del cristianismo, San Agustín elaboró la mayoría de sus doctrinas resolviendo conflictos teológicos con el donatismo y el pelagianismo, dos movimientos heréticos cristianos.

El neoplatonismo nació en Alejandría, Egipto, en el siglo III d.C. Su fundador y principal representante fue el filósofo Plotino, que nació en Egipto, estudió en Alejandría con el filósofo Ammono Saccas y, hacia el año 224, llevó la doctrina neoplatónica a Roma, donde creó una escuela.

El prelado cristiano, San Agustín, en sus Confesiones, reconoció la contribución del neoplatonismo al cristianismo e indicó la profunda influencia ejercida por sus doctrinas en su propio pensamiento religioso.

Enciclopedia Católica

San Agustín de Hipona (354-430) es un genio filosófico y teológico de primera magnitud que domina, como una pirámide, la antigüedad y las edades subsiguientes. Comparado con los grandes filósofos de siglos pasados y de los tiempos modernos, los iguala a todos; entre los teólogos es innegablemente el primero, y ha sido tal su influencia que ninguno de los Padres, escolásticos o reformadores lo ha superado.

Pero Adolf Harnack es quien con más frecuencia ha hecho hincapié en el papel señero que ha jugado el doctor de Hipona. Harnack ha estudiado el lugar de Agustín en la historia del mundo como reformador de la piedad cristiana y su influencia como Doctor de la Iglesia. En su estudio de las Confesiones vuelve a lo mismo: «Ningún hombre desde Pablo es comparable a él» –con la excepción de Lutero, y añade– «Aún hoy vivimos según San Agustín, nutridos por su pensamiento y por su espíritu; se dice que somos hijos del Renacimiento y de la Reforma, pero tanto aquel como ésta dependen de él.»

Es imposible dar más que una breve pincelada sobre la psicología de San Agustín. Sus contribuciones a todas las ramas de la ciencia fueron inmensas; los sentidos, las emociones, imaginación, memoria, la voluntad y el intelecto, los exploró todos, y no hay casi ningún desarrollo subsiguiente de importancia que él no anticipara. Es el fundador del método introspectivo.

El Neoplatonismo, a través de San Agustín contribuyó mucho a la filosofía espiritual…

Aquí presentaremos un resumen de aquellas que en el siglo XIII eran consideradas agustinianas, y sobre las cuales se libró la batalla. En primer lugar, la fusión de teología y filosofía, la preferencia otorgada a Platón sobre Aristóteles; este último representaba el racionalismo, del cual se desconfiaba, en tanto que el idealismo de Platón ejercía una fuerte atracción, la sabiduría era considerada la filosofía de lo Bueno más bien que la filosofía de lo Verdadero. Como consecuencia, los discípulos de Agustín tienen siempre un pronunciado tinte de misticismo, en tanto que los discípulos de Santo Tomás pueden reconocerse por su muy acentuado intelectualismo. En psicología, la acción iluminativa e inmediata de Dios es el origen de nuestro conocimiento intelectual […] y las facultades del alma se tratan como sustancialmente idénticas con el alma misma. Ellas son sus funciones y no entidades distintas […]; el alma es una sustancia aun separada del cuerpo, de modo que después de la muerte es ciertamente una persona.

Estas citas de la Enciclopedia Católica demuestran la decisiva autoridad que tuvo el pensamiento del obispo Agustín de Hipona sobre la iglesia occidental. Y cómo a su vez, él mismo, al igual que lo habían estado Clemente y Orígenes en el oriente, estuvo bajo la influencia de la filosofía neoplatónica para desarrollar su teología.

Esa es la corriente que ha seguido el cristianismo desde entonces y hasta nuestros días. La Reforma Protestante arregló muchos desaciertos en la fe cristiana, pero este lo dejó incólume.

Los dos asuntos principales hasta aquí expuestos son:

(1) La doctrina de la inmortalidad del alma no existe en el Antiguo Testamento.

(2) Tiene su origen en las religiones paganas y en la filosofía griega, y de ahí fue incorporada al cristianismo.

Si hay algún texto de los aquí citados que corrobore estos dos asertos, ese es el de la cita siguiente extraída del Diccionario Teológico Ilustrado. He aquí la cita:

Diccionario Teológico Ilustrado

Ya desde la filosofía griega, el alma se ha definido como «sustancia inmaterial que, además de animar todos los procesos vitales del ser humano, permanece a través de todos los cambios fisiológicos y psicológicos y sobrevive al final del cuerpo en la muerte». Esta definición entró en la filosofía cristiana al mostrarse su acuerdo, en líneas generales, con la Palabra de Dios, aunque la doctrina del Antiguo Testamento no esté clarificada a este respecto. El hebreo nefesh (primera vez en Gn. 2.7) significa alma, pero también vida y persona. Por el contexto hay que decidir en cuál de los dos sentidos se ha de tomar en un versículo determinado, lo que no siempre es fácil; menos todavía su sentido estricto, pues hay veces en que equivale a corazón, deseo, etc.

El positivismo, especialmente en nuestra época, mediante el avance tanto de la ciencia médica como de la psicología, ha comenzado por denominar alma al mero concepto de procesos psíquicos sin trascendencia alguna inmaterial. No para ahí, sino que proclama abiertamente su agnosticismo, alegando que la existencia del alma es contraria al pensamiento científico por no ser empíricamente experimentable, en lo que la Crítica de la Razón Pura de Kant está de acuerdo.

Ya desde Heráclito, con su lema «todo fluye», la psicología actualista ve en todo un mero devenir, considerando al alma como un complejo de actividades anímicas sin agente sustancial ontológico . Así se expresan modernamente, con ligeras variantes, filósofos como Wundt, Bergson y Paulsen. De manera parecida suele expresarse Unamuno en algunos de sus escritos.

Contra todas estas filosofías, se alza la voz de todas las religiones y de los filósofos más preclaros de la historia, desde Platón y Aristóteles de la antigüedad, pasando por los escritores eclesiásticos de los primeros siglos de la iglesia y los grandes filósofos de la escolástica medieval, hasta incluir, junto a los herederos de la doctrina de Platón y Aristóteles, a los mismos racionalistas como Descartes y Leibniz, obligando a Kant a defender como uno de los postulados de la Razón práctica la inmortalidad del alma.

Tal parece que el autor de este diccionario teológico no se percata que de cierta manera también incluye al Antiguo Testamento como condenado por la voz que se alza “de todas las religiones (es obvio que paganas) y de los filósofos más preclaros de la historia, desde Platón y Aristóteles de la antigüedad”. Si esa “voz de los filósofos y de la religiones” están en contra de quienes niegan la inmortalidad del alma, y el mismo autor afirma que esta doctrina en el Antiguo Testamento no está clarificada; coloca a este documento de la fe cristina entre aquellos que están en el lado opuesto de los filósofos antiguos y las religiones paganas.

Nos parece que con este brevísimo esbozo histórico, hemos podido comprobar que la doctrina de la inmortalidad del alma entró al cristianismo principalmente a través de la influencia y obra de los filósofos-teólogos Clemente de Alejandría, Orígenes y Agustín de Hipona, quienes tenían formados sus sistemas de pensamiento por la filosofía neoplatónica, y no hicieron otra cosa que incorporar ciertos fundamentos de aquella filosofía, adaptándolas al pensamiento cristiano.

Aunque es necesario hacer una aclaración antes de concluir este capítulo: No estamos en desacuerdo con la doctrina de la inmortalidad del alma por el simple hecho de que sea una especulación filosófica griega incorporada al cristianismo. Estamos en desacuerdo por dos razones:

(1) Porque esa doctrina no tiene un fundamento claro y evidente en la Biblia.

(2) Porque es inconsistente y está en contradicción con dos doctrinas bíblicas, que sí están bien explicadas en las Sagradas Escrituras: la resurrección de los muertos en la Segunda Venida de Cristo y las recompensas y castigos al fin de los tiempos.

Simplemente estamos dando a conocer cómo fue que la inmortalidad del alma, sin un fundamento bíblico demostrado, llegó a formar parte cardinal de la doctrina cristiana.



LA INMORTALIDAD DEL ALMA Y SUS NEFASTAS CONSECUENCIAS PARA EL CRISTIANISMO

Introducción

El diablo sigue aprovechándose de la creencia en la inmortalidad del alma para aparecerse, atemorizar, hacer falsas promesas y sojuzgar a los hombres a título de la virgen María, los santos, los grandes maestros de la Nueva Era y montones de seres más. Como en el antiguo paganismo lo hacía a título de las almas de los antepasados convertidos en falsos dioses.

Imaginemos que en lugar de dejarse atrapar por la fuerte influencia de las filosofías y de las religiones paganas del mundo greco-romano, los pensadores y escritores cristianos de los primeros siglos las hubieran confrontado con la verdad de las escrituras hebreas y los escritos apostólicos que tenían en sus manos. ¿Qué espacio hubiera quedado para la creencia en la inmortalidad del alma? Nos parece que un espacio muy limitado.

Imaginemos el mundo de otra manera: con la misma fuerza e influencia que tienen las iglesias Católica, Ortodoxa y Protestante, pero en su lugar el pensamiento judeocristiano (y al decir «cristiano» nos referimos al del Nuevo Testamento, no al de las iglesias).

Imaginemos que ese pensamiento cristiano, despojado de toda la falsedad sobre la inmortalidad del alma, hubiera tenido la influencia poderosa para formar el pensamiento de los hombres en el mundo.

Muy poco espacio habría quedado para creencias sobre la virgen María, la intercesión de los santos, la idolatría hacia ellos, el purgatorio, las misas por los muertos, etc. O para religiones y/o prácticas oscurantistas como el espiritismo, la brujería, la magia, el budismo, el hinduismo, la Nueva Era y otras, que tanto espacio están ganando en el mundo moderno; siempre cobijadas y mantenidas por la creencia en la inmortalidad del alma.

Falsas creencias cristianas (católicas) sustentadas en la inmortalidad del alma.

Es un hecho histórico innegable que la Iglesia Católica fue la única portavoz y representante del cristianismo occidental por más de mil años. Hasta la aparición de las iglesias protestantes a comienzos del siglo XVI.

El protestantismo no fue grato en modo alguno, si se analizan sus indeseables resultados: Guerras, odios, sangre, divisiones entre la cristiandad; por sólo citar algunos.

Sin embargo, algunos creen que el protestantismo fue una necesaria y dolorosa cirugía debido a las aberrantes desviaciones de la Iglesia Católica.

Aunque el remedio no curó al cristianismo, quien ahora, además de sus muchos errores y desviaciones de la Palabra de Dios, también sufre la enfermedad del divisionismo y la confusión.

Quiero decir con esto, que de toda esta historia del cristianismo, ha salido algo muy distinto de lo que Cristo quiso que fuera su iglesia. Lo que pudo haber sido el ideal de vida para la raza humana, se ha convertido en un desacierto menospreciable para la humanidad.

Ahora bien, si analizamos las causas más importantes y directas por las cuales se desató la guerra del protestantismo contra el catolicismo, con su secuela de anarquía y confusión religiosa, veríamos que todas ellas tienen que ver con la doctrina de la inmortalidad del alma: La venta de indulgencias, el purgatorio, el culto a los muertos, la canonización de los santos, el culto a las reliquias, etc.

Además, no se puede negar que la Iglesia Católica marcó de forma permanente al cristianismo en sentido general, y que el protestantismo (porque surgió del seno de aquélla) tiene en mayor o menor grado una herencia católica en sus dogmas, creencias o prácticas. Una de ellas es la inmortalidad del alma.

Se añade a esto que en el mundo en este momento hay más de mil millones de católicos. Son creyentes sinceros en falsedades, cuyos fundamentos están en la doctrina de la inmortalidad del alma.

Además, muchas religiones falsas de la actualidad y que tienen al hombre terriblemente engañado, encuentran estrecho grado de parentesco en varias de las doctrinas de la Iglesia Católica, al punto de que el papa Juan Pablo II llegó a decir que en todas las otras religiones del mundo existen semillas de verdad reveladas por Dios. Algo parecido a lo que dijo Clemente de Alejandría  en el siglo II con relación a la filosofía griega.

Claro está, estas no son ideas personales de Juan Pablo II, él sólo se hizo eco de las declaraciones oficiales de su iglesia.

Veamos una de esas declaraciones oficiales (quizás la más importante en este tiempo) emitida por el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Se denomina «NOSTRA AETATE“ (Nuestra Era) y versa sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas:

En nuestra época, en que el género humano se une cada vez más estrechamente y aumentan los vínculos entre los diversos pueblos, la Iglesia considera con mayor atención en qué consiste su relación con respecto a las religiones no cristianas. En cumplimiento de su misión de fundamentar la Unidad y la Caridad entre los hombres y, aún más, entre los pueblos, considera aquí, ante todo, aquello que es común a los hombres y que conduce a la mutua solidaridad.

Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la tierra, y tienen también un fin último, que es Dios, cuya providencia, manifestación de bondad y designios de salvación se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa, que será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos caminarán bajo su luz.

Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy como ayer, agitan el corazón de los hombres: ¿Qué es el hombre, cuál es el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el pecado, el origen y el fin del dolor, el camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, la sanción después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia donde nos dirigimos?

Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana y a veces también el reconocimiento de la Suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con íntimo sentido religioso. Las religiones al tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder a dichos problemas con nociones más precisas y con un lenguaje más elaborado.

La iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, creador del cielo y de la tierra… Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios.

En el hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación de las angustias de nuestra condición mediante las modalidades de la vida ascética, a través de profunda meditación, o bien buscando refugio en Dios con amor y confianza.

En el budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los hombres, con espíritu devoto y confiado pueden adquirir el estado de perfecta liberación o la suprema iluminación, por sus propios esfuerzos apoyados con el auxilio superior.

Así también las demás religiones que se encuentran en el mundo, se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas de vida y ritos sagrados.

La Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14.6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.

Es obvio que entre esos “bienes espirituales” que comparte la Iglesia Católica con otras religiones (paganas), se encuentra en primera fila la creencia en la inmortalidad del alma.

Veamos también algunas citas extraídas de la catequesis del papa Juan Pablo II sobre otras religiones y titulada “El Espíritu de Dios y las semillas de verdad presentes en las religiones no cristianas”:

Las «semillas de verdad» presentes y operantes en las diversas tradiciones religiosas son un reflejo del único Verbo de Dios, «que ilumina a todo hombre».

Ante todo, es preciso tener presente que toda búsqueda del espíritu humano en dirección a la verdad y al bien, y, en último análisis, a Dios, es suscitada por el Espíritu Santo.

En todas las auténticas experiencias religiosas la manifestación más característica es la oración. Teniendo en cuenta la constitutiva apertura del espíritu humano a la acción con que Dios lo impulsa a trascenderse, podemos afirmar que «toda oración auténtica está suscitada por el Espíritu Santo, el cual está misteriosamente presente en el corazón de cada hombre».

El Espíritu Santo no sólo está presente en las demás religiones a través de las auténticas expresiones de oración. En efecto, como escribí en la carta encíclica Redemptoris missio, «la presencia y la actividad del Espíritu no afectan únicamente a los individuos, sino también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones».

Normalmente, a través de la práctica de lo que es bueno en sus propias tradiciones religiosas, y siguiendo los dictámenes de su conciencia, los miembros de las otras religiones responden positivamente a la invitación de Dios y reciben la salvación en Jesucristo, aun cuando no lo reconozcan como su salvador.

En efecto, como enseña el concilio Vaticano II, «Cristo murió por todos y la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina. En consecuencia, debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual».

¿Por qué este exagerado apoyo de Juan Pablo II a las otras religiones no cristianas, hasta el punto de hacerlas también salvadoras del hombre a través de Jesucristo? Ya lo hemos dicho: Simple y sencillamente porque se parecen en ciertos aspectos a la Iglesia Católica, y naturalmente tienen que identificarse. Una de esas creencias con las cuales se identifica la Iglesia Romana con las otras religiones ya la hemos expresado, pero añadiría ahora que es la más sobresaliente: la inmortalidad del alma.

La intercesión de los santos

Catecismo de la Iglesia Católica

954 Los tres estados de la Iglesia. Hasta que el Señor venga en su esplendor con todos sus ángeles […] sus discípulos, unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están glorificados , contemplando claramente a Dios mismo, uno y trino, tal cual es… Todos, sin embargo, aunque en grado y modo diversos, participamos en el mismo amor a Dios y al prójimo y cantamos el mismo himno de alabanza a nuestro Dios. En efecto, todos los de Cristo, que tienen su Espíritu, forman una misma Iglesia y están unidos entre sí en él…

955 La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo  de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales…

956 La intercesión de los santos. Por el hecho de que los del cielo están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a toda la Iglesia en la santidad… no dejan de interceder por nosotros ante el Padre. Presentan por medio del único Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra… Su solicitud fraterna ayuda, pues, mucho a nuestra debilidad… «No lloréis, os seré más útil después de mi muerte y os ayudaré más eficazmente que durante mi vida» (Santo Domingo, moribundo, a sus hermanos). «Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra» (Santa Teresa del Niño Jesús).

957 La comunión con los santos. No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios…

958 La comunión con los difuntos. La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció por ellos oraciones pues es una idea santa y provechosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados… Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

Es muy lamentable la condición de más de mil millones de cristianos, y todo por causa de la fe puesta en la inmortalidad del alma. Los abruma la misma ignorancia de la Edad Media. Los católicos necesitan conocer a Dios a través de su Palabra y no a través de los catecismos o los dogmas.

Lv. 20.26,27: Habéis, pues, de serme santos, porque yo, Jehová, soy santo, y os he apartado de entre los pueblos para que seáis míos. El hombre o la mujer que consulten espíritus de muertos o se entreguen a la adivinación, han de morir; serán apedreados, y su sangre caerá sobre ellos.

Dt. 18.10-12: No sea hallado en ti quien […] consulte a los muertos. Porque es abominable para Jehová cualquiera que hace estas cosas, y por estas cosas abominables Jehová, tu Dios, expulsa a estas naciones de tu presencia.

Estos textos son una prueba manifiesta en la Palabra de Dios, para creer que quienes mueren terminan totalmente, no queda nada en ningún lugar. ¿Se hubiera el Señor pronunciado de esta manera contra la invocación de los muertos, si de verdad las almas de sus fieles estuvieran en su presencia y fueran ayudadores en la salvación de quienes todavía en la tierra sufren y luchan? ¿Se hubiera opuesto el Señor a que los judíos invocaran la ayuda de las almas de Abraham, de Isaac, de Jacob, del valiente David, para protegerlos en tantos momentos de crisis en que les ha tocado vivir? Pienso que no.

Si de alguna manera se aparece alguno de entre los muertos, como cuando Samuel se le apareció a Saúl por la invocación de la pitonisa, son apariciones diabólicas, y por eso en estos textos de Levítico y Deuteronomio el Señor previene que quien invoque a los muertos es lo mismo que el adivino, el agorero, el sortílego, el hechicero, el encantador y el mago; porque son abominación delante de Jehová todas estas prácticas ocultistas.

Sin embargo, a la Iglesia Católica le sirve como anillo al dedo la doctrina cristiana de la inmortalidad del alma, para sostener y practicar el culto a los muertos, las apariciones marianas, las visiones de santos, los castigos del purgatorio, las misas por los muertos y otras tantas aberraciones más. Y de esa manera también dar vida y aprobación, como lo han hecho el Concilio Ecuménico Vaticano II y el papa Juan Pablo II, a cuanta creencia ocultista pueda existir relacionada con esta doctrina.

Esto ha sido, y es, muy nefasto para el cristianismo.

El culto a los muertos

En la creencia de que el alma es inmortal, generalmente todos los pueblos y culturas antiguas le rindieron culto a los muertos. Veamos algunos ejemplos tomados de la página web http://www.culturaclasica.com/:

La vida de ultratumba según los griegos

Para los griegos era un deber ineludible enterrar a los muertos, ya que las almas de los que no recibían sepultura ni rito funerario alguno estaban condenadas a vagar eternamente y a perseguir a sus parientes por haber descuidado el cumplimiento de los preceptos religiosos con los difuntos.

El entierro de los difuntos era uno de los pilares fundamentales de las creencias familiares, ya que los espíritus de los antepasados eran una especie de divinidades a las que se debía rendir culto de forma periódica.

Las creencias romanas en una vida después de la muerte

Los romanos no colocaban las tumbas en un lugar tranquilo y solitario, sino a orillas de las calzadas a la salida de las ciudades, donde los transeúntes podían contemplarlas y admirarlas. En Pompeya todavía podemos contemplar las tumbas a lo largo de las calzadas que salían hacia el norte desde la Puerta de Herculano y hacia el sur desde la de Nuceria.

Algunas eran grandiosas e impresionantes y parecían casas en pequeño; otras eran mucho más sencillas. Era una costumbre corriente decorarlas con guirnaldas de flores y colocar ofrendas de vino y comida delante de ellas.

El que enterraran a los muertos en las orillas de sus concurridas calzadas, en lugar de en cementerios tranquilos, no era por parte de los romanos una muestra de falta de respeto hacia aquéllos.

Al contrario, creían que, si los muertos no eran debidamente enterrados y cuidados, sus espíritus se les aparecerían y les llegarían a causar daños. Era muy importante proporcionar al difunto una tumba o un sepulcro, donde su espíritu pudiera tener una morada. Pero también se pensaba que el muerto quería estar cerca de los vivos. Hay una tumba que tiene una inscripción: «Veo y contemplo a todo el que va y viene de la ciudad», y otra que dice: «Lolio ha sido colocado al borde del camino para que todos los transeúntes puedan decirle “Buenos días, Lolio”».

Página web Mundo Hispano

En la Irlanda de los Celtas, hace tres mil años, el 31 de octubre se celebraba el festival de Samhain que conmemoraba el último día de la cosecha y el principio del invierno. Al caer la noche, se realizaba la fiesta de los muertos, en la que se creía que los espíritus salían y regresaban a la tierra.

Para mantener a los muertos contentos y alejar a los espíritus malos de sus hogares, los celtas prendían hogueras y dejaban comida o dulces fuera de sus hogares. Se creía que durante esa noche los hechizos y la magia eran más poderosos que en cualquier otro día del año.

En un principio, las máscaras se usaban para espantar a los espíritus que les traían el mal y los niños se vestían como fantasmas para asustar a los vecinos.

Cuando los romanos conquistaron a los celtas, esta celebración pasó a la Roma cristiana bajo el nombre de All Hallow Eve. A través de los años la tradición pasó a ser conocida como Halloween.

El Día de Todos los Santos en la Iglesia Romana, (La vigilia de esta fiesta es llamada popularmente «Hallowe’en» o «Halloween».)

Enciclopedia Católica

Solemnidad celebrada el primero de Noviembre. Está instituida en honor a todos los santos, conocidos y desconocidos, y, según Urbano IV, para compensar cualquier falta a las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles.

En los primeros días del cristianismo se acostumbró a solemnizar el aniversario de la muerte de un mártir por Cristo en el lugar del martirio. En el Siglo IV, las diócesis vecinas comenzaron a intercambiar fiestas, se pasaban las reliquias, las repartían, y se unían a una fiesta en común, como está demostrado en la invitación de San Basilio de Cesarea (397) a los obispos de la provincia de Pontus. Frecuentemente los grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. En la persecución de Diocleciano el número de mártires llegó a ser tan grande que no se podía separar un día para asignársele.

Pero la Iglesia, sintiendo que cada mártir debería ser venerado, señaló un día en común para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquía en el domingo antes de Pentecostés. También se menciona lo de un día en común en un sermón de San Efrén el Sirio (373), y en la 74va. Homilía de San Juan Crisóstomo (407). Al principio sólo los mártires y San Juan Bautista eran honrados con un día especial. Otros santos se fueron asignando gradualmente, y se incrementó cuando el proceso regular de canonización fue establecido.

En occidente Bonifacio IV, 13 Mayo, 609 ó 610, consagró el Panteón en Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires, dándole un aniversario. Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y arregló el aniversario para el 1 de Noviembre. […] Gregorio IV (827-844) extendió la celebración del 1 de Noviembre a toda la Iglesia. La vigilia parece haber sido llevada a cabo antes que la misma fiesta.

La Iglesia Católica ni siquiera intenta esconder que su culto a los muertos el primero de Noviembre, está mezclado con el mismo culto que rendía el pueblo pagano de los celtas a los suyos.

Pero recordemos lo más importante: Todas estas fiestas tienen su razón de ser en la doctrina de la inmortalidad del alma. Si se quitara esta doctrina, todos estos cultos a los muertos desaparecerían por sí solos.

Las reliquias

Enciclopedia Digital Wikipedia

Se llaman reliquias en la Iglesia Católica a los restos de los santos después de su muerte. En un sentido más amplio, una reliquia constituye el cuerpo entero o cada una de las partes en que se halla dividido, aunque sean muy pequeñas.

Las reliquias también designan a los ropajes y objetos que pudieran haber pertenecido al santo en cuestión o haber estado en contacto con él, considerados dignos de veneración. Eran reliquias «milagrosas» el aceite de las lámparas que se encendían delante de los cuerpos de santos, así como las sábanas dispuestas sobre las tumbas, incluso el polvo recogido en los «loculi» . Ropajes y cualquier otro objeto propiedad del mártir, incluso hilos extraídos del tejido de una prenda. […] Las cadenas con que habían sido atados en el calabozo los mártires y otros objetos de tortura eran reliquias muy preciadas. La cruz y los clavos del mártir que moría crucificado eran muy venerados. San Ambrosio (Siglo IV) recogió estos objetos después de la muerte de los santos Vital y Agrícola en su patíbulo en Bolonia y los llevó a la iglesia de Santa Juliana de Florencia. Agustín de Hipona, da noticia en sus escritos sobre una de las piedras con que lapidaron a Esteban, primer mártir de la cristiandad, que fue llevada a Ancône (Francia) y que contribuyó a extender el culto y la devoción hacia este santo. En los Museos Vaticanos se conservan muchas reliquias de este tipo.

En los principios del cristianismo, los restos de los santos fueron considerados como una protección para la persona que los poseía y una ayuda para conseguir aquello que resultara más inalcanzable. Poseer una reliquia significaba poseer una fuerza especial frente a lo adverso, y esto llevó al deseo de éstas a cualquier precio, adquiriendo gran importancia en el Siglo XVI…

Los cuerpos de los mártires llegaron a ser lo más precioso y digno de veneración para aquellos cristianos de los primeros tiempos. Hasta tal punto era así, que exponían muchas veces su propia vida cuando se precipitaban en la arena de los anfiteatros para recogerlos. Recogían asimismo la sangre derramada, empapándola en esponjas, paños o cualquier otra materia absorbente. Esta reliquia era llamada sangre de los mártires.

El culto a las reliquias estaba totalmente arraigado en este periodo de los mártires y las persecuciones a los cristianos. El cuerpo de un santo como reliquia llegó a ser indispensable para presidir las asambleas.

No se concebía un altar si no era enterramiento de un santo. En el año 269 el papa San Félix I  promulgó una ley para asegurar esta costumbre. Las primeras basílicas construidas después de las persecuciones fueron erigidas encima de las criptas donde yacían los cuerpos de los mártires.

Más tarde, algunos de estos cuerpos fueron trasladados a las ciudades para depositarlos en los templos suntuosos construidos para recibirlos. Es más, el quinto Concilio de Cartago (525-534) decretó que no sería consagrada ninguna nueva iglesia que no tuviera una reliquia en su altar.

Se llegaron a depositar los cuerpos-reliquia en las puertas de las iglesias y los fieles debían besarlos antes de entrar. Otro lugar donde se conservaban era en oratorios privados y a veces incluso en casas particulares.

En la segunda mitad del siglo IV empezó la práctica de fragmentar los cuerpos de los santos para repartirlos. Varios teólogos apoyaron la teoría de que por pequeño que fuera el fragmento mantenía su virtud terrena y sus facultades milagrosas.

Por insólito que parezca, esta práctica no es cosa de un oscuro pasado, primitivo y medieval. Ahora mismo está ocurriendo igual. Veamos la noticia que apareció el 23 de enero del año 2008 en la página web https://www.aciprensa.com/noticias/roban-corazon-incorrupto-de-fray-mamerto-esquiu-en-argentina/

BUENOS AIRES, 23 Ene. 08 / 06:48 pm (ACI).- El corazón incorrupto del fraile argentino, Mamerto Esquiú, quien se encuentra en proceso de beatificación, fue robado de la iglesia de San Francisco en la localidad de Catamarca (Argentina), por un sujeto desconocido luego de romper la urna donde se encontraba la reliquia.

«Sólo buscaban robar el corazón porque no se llevaron nada más», indicó el responsable del convento, Fray Jorge Martínez.

El corazón de Fray Mamerto ya había sido robado en 1990, pero fue hallado una semana después en el techo de la iglesia, tras haber sido arrojado por un alumno del colegio que dirige la orden, «quien se había enojado con el padre director y en venganza robó el corazón y lo arrojó al techo», señaló el fraile.

Asimismo dijo que dos meses después «alguien» intentó matar a los frailes «poniendo veneno en la sopa» y al revisar las huellas digitales en las ollas descubrieron que «eran las mismas encontradas en la sacristía» cuando ocurrió el robo. Las huellas pertenecían a «un muchacho de quinto de secundaria, hijo de un médico forense», acotó.

Por su parte la policía de la localidad informó que dos testigos manifestaron haber visto al posible responsable del delito, un hombre joven que vestía jeans y sudadera negra, y tenía una notable barba, quien ingresó el martes por la tarde a la iglesia San Francisco y luego salió rápidamente del lugar antes de detectarse el robo.

Fray Mamerto de la Ascensión Esquiú nació el 11 de mayo de 1826. Ingresó al noviciado del convento franciscano de Catamarca. A los 12 años inició el estudio de la filosofía y a los 14 los de teología. A los 17 hizo sus votos. Celebró su primera Misa el 15 de mayo de 1849. Predicó en 1853 el famoso sermón de la Constitución, donde pidió concordia y unión para los argentinos, alcanzando trascendencia nacional.

Esquiú murió el 10 de enero de 1883 en la localidad catamarqueña de El Suncho. Sus restos mortales descansan en la catedral de Córdoba, pero su corazón incorrupto permanece en el convento franciscano de Catamarca.

La Congregación para las Causas de los Santos de la Santa Sede aprobó en octubre de 2006 la «heroicidad de las virtudes» de Esquiú, tras atribuírsele el milagro de la curación de un hombre que, luego de perder la vista, la recuperó al invocar su intercesión.

La canonización de los santos

Enciclopedia Católica

El verdadero origen de la canonización y beatificación se encuentra en la doctrina católica del culto, invocación e intercesión de los santos.

…los católicos, mientras que únicamente a Dios le dan adoración estrictamente, honran a los santos debido a los dones Divinos sobrenaturales que les han ganado la vida eterna, y a través de los cuales ellos reinan con Dios en el Cielo como Sus amigos escogidos y fieles servidores. En otras palabras, los católicos honran a Dios en Sus santos como el amoroso dispensador de bienes sobrenaturales.

La veneración de latría, o adoración estrictamente hablando, se le da únicamente a Dios; la veneración de dulía, u honor y humilde reverencia, es pagada a los santos; la veneración de hiperdulía, una forma más elevada de dulía, corresponde, debido a su mayor excelencia, a la Santísima Virgen María.

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Se llama canonizar al acto por el que el Papa declara que una persona es digna de culto universal. La canonización tiene el propósito de presentar a dicha persona como modelo de conducta ante los creyentes dándole reconocimiento por el grado de perfección alcanzado y como intercesor ante Dios.

La Iglesia Católica es la única confesión religiosa que posee un mecanismo formal, continuo y altamente racionalizado para llevar a cabo el proceso de canonización de una persona. Actualmente las canonizaciones se efectúan después de un proceso judicial, llamado proceso de beatificación y canonización, o simplemente proceso de canonización.

Hay dos vías para llegar a la declaración de canonización, la vía de virtudes heroicas y la vía de martirio…

Además, para llegar a la canonización se requiere uno o dos milagros.

La canonización se lleva a cabo mediante una solemne declaración papal de que una persona está, con toda certeza, contemplando la visión de Dios.

El creyente puede rezar confiadamente al santo en cuestión para que interceda en su favor ante Dios.

El nombre de la persona se inscribe en la lista de los santos de la Iglesia y a la persona en cuestión se la «eleva a los altares», es decir, se le asigna un día de fiesta para la veneración litúrgica por parte de la Iglesia Católica.

Hay cuatro pasos en el proceso oficial de la causa de los santos: [1] Siervo de Dios. [2] Venerable. [3] Beato. [4] Santo.

Siervo de Dios: El Obispo diocesano y el Postulador de la Causa piden iniciar el proceso de canonización. Y presentan a la Santa Sede un informe sobre la vida y las virtudes de la persona (en todos los casos debe morir perteneciendo oficialmente a una de las Iglesias Católicas ―u Orden Religiosa― que guardan obediencia al Papa de Roma y está reconocida oficialmente por la Santa Sede del Vaticano). La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de los Santos, examina el informe y dicta el Decreto diciendo que nada impide iniciar la Causa (Decreto «Nihil obstat»). Este Decreto es la respuesta oficial de la Santa Sede a las autoridades diocesanas que han pedido iniciar el proceso canónico. Obtenido el Decreto de «Nihil obstat» (nada lo impide), el Obispo diocesano dicta el Decreto de Introducción de la Causa del ahora Siervo de Dios.

Venerable: Con el título de Venerable se reconoce que un fallecido vivió virtudes heroicas, esta canonización la hace el Cardenal correspondiente a la zona geográfica donde vivió esa persona, en la catedral, basílica o iglesia más importante de esa zona.

Beato: Se reconoce por el proceso llamado de «beatificación» . Además de los atributos personales de caridad y virtudes heroicas, se requiere un milagro obtenido a través de la intercesión del Siervo de Dios y verificado después de su muerte. El milagro no es requerido si la persona ha sido reconocida mártir. Los beatos son venerados públicamente por la iglesia local (en España la provincia correspondiente), esta canonización la hace el Papa o un Cardenal en nombre del Papa generalmente en la Basílica de San Pedro o en la Plaza de San Pedro del Vaticano. En algunos casos, puede que la Ceremonia de Beatificación, se efectúe en el lugar de nacimiento de la persona a beatificar.

Santo: Con la canonización, al beato le corresponde el título de santo. Para la canonización hace falta otro milagro (en total dos milagros o un milagro más haber muerto como mártir) atribuido a la intercesión del beato y ocurrido después de su beatificación. Al igual que ocurre en el proceso de beatificación, el martirio no requiere habitualmente un milagro, esta canonización la hace el Papa en la Basílica de San Pedro o en la Plaza de San Pedro del Vaticano. Mediante la canonización se concede el culto público en la Iglesia Católica. Se le asigna un día de fiesta y se le pueden dedicar iglesias y santuarios.

Todo esto quiere decir que tanto el organismo llamado Congregación para las Causas de los Santos, como el papa, son quienes, después de una exhaustiva investigación y un decreto jurídico, ponen el alma inmortal de un muerto frente el trono de Dios para que lo contemple, sea su amigo y, lo más significativo, interceda a favor de quienes (entre los vivos) le pidan tal gracia mediante el culto y la veneración a su imagen. Esta imagen puede estar pintada, esculpida, fundida, tallada …

Ya hemos dicho anteriormente que en la religión de los israelitas del Antiguo Testamento no existió el culto a los muertos. Nos parece que esto se debió en gran medida a que en la Ley de Moisés se establece una abominable repugnancia hacia los cadáveres.

Mientras que los cristianos, fundamentados en la creencia de que el alma es inmortal, veneraron con besos y homenajes frente o dentro de sus templos a los cadáveres de sus mártires, y hasta los desmembraban para tener cada uno una parte como reliquia; los israelitas, basados en la Ley de Dios, no podían ni siquiera tocar los cuerpos de los muertos.

Nm. 31.19,20; 19.16; 9.6; 6.6-9; 5.1-3

Lv. 21.1-4

Dt. 14.1,2; 26.13,14

Los católicos le rinden veneración y piden la intercesión a las almas inmortales de sus muertos, siguiendo la doctrina cristiana de que el alma es inmortal. Para los israelitas era un abominable pecado cualquier consulta a los muertos.

Is. 18.19,20: Si os dicen: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los muertos por los vivos? ¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, es porque no les ha amanecido.

El más grave daño que ha hecho a la fe cristiana evangélica la creencia en la inmortalidad del alma: La distorsión de la salvación que se revela en las Sagradas Escrituras

En cierta ocasión escuché a un pastor predicar un sermón titulado «El Dios de la Ropa y los Zapatos». En él aludía a cómo muchos ministros cristianos de esta época han perdido de tal manera la expectativa de la salvación, que predican solamente el poder de Dios para dar solución a los problemas de esta vida, y por eso las personas acuden a la iglesias, no para ser salvas y alcanzar la vida eterna, sino para buscar solución a las complicaciones con la salud, a las contrariedades familiares o económicas y a un sinnúmero de problemas más que nos aquejan.

Creo que esto ocurre, entre otras cosas, principalmente porque el «cristianismo» ha oscurecido el mensaje de salvación de la Biblia. Si usted le pregunta a un cristiano de cualquier denominación cómo imagina la salvación, lo primero que se le ocurre pensar es en un alma inmortal o en un ser espiritual y etéreo con dos alas a la espalda, alabando a Dios eternamente frente a un trono celestial.

En cierta ocasión el hijo pequeño de un pastor evangélico le confesó a su papá:

―Papi, yo no quiero ir al cielo.

Asombrado y asustado el padre le replicó:

―Pero hijo, ¿por qué tú no quieres ir al cielo?

El niño le contestó enfáticamente:

―¡Porque eso es muy aburrido!

Y creo que el muchachito tenía toda la razón. Esa salvación que nos ha vendido la tradición católica de la Edad Media basada en la inmortalidad del alma es terriblemente aburrida.

La salvación bíblica es muy dinámica y muy del hombre. No es para extraterrestres o para seres extraños a nosotros o sin nuestras características. Es para los hombres que vivimos en este planeta y adecuada a nuestras condiciones y naturaleza.

En cierta ocasión hice una encuesta a numerosos creyentes de nuestra iglesia en distintos lugares de Cuba. La primera pregunta de la encuesta era esta: ¿Qué resucitará? La mayoría de quienes respondieron coincidieron en afirmar que resucitará el alma.

Me parece que esta respuesta se debió a que nosotros no creemos en su inmortalidad. Por eso muchos de entre nosotros creen en su resurrección y no en la del cuerpo.

Pero si la pregunta hubiera sido hecha a creyentes en la inmortalidad del alma, la respuesta casi segura hubiera sido parecida en cuanto a la naturaleza del ser que resucitará: un cuerpo espiritual.

Cuando les preguntaba que si el alma tiene cabeza, tronco y extremidades, me decían que no, que el alma es espiritual. Algunos hasta dieron respuestas un tanto graciosas. En cierto lugar donde hice la pregunta había un ventilador encendido y alguien respondió: «El alma es como el aire de ese ventilador». En otro lugar una hermana se puso las manos en el pecho uniendo las puntas de sus dedos pulgares e índices y dijo: «El alma es como una pelota». Estas respuestas nos pueden dar la medida del grado de desinformación bíblica, de confusión y desconocimiento que hay sobre este asunto entre nuestra gente.

Si la misma pregunta se la hiciéramos a cristianos de otras denominaciones, creyentes en la inmortalidad del alma, no creo que estuvieran tampoco del todo claros. Me parece que su respuesta sería sobre la resurrección de un cuerpo espiritual indefinido. Algo así como etéreo o incorpóreo; pero radicalmente distinto a este que tenemos ahora. Algo parecido al alma.

Porque, además de que la doctrina de la inmortalidad del alma no tiene fundamentos en la Palabra de Dios, tampoco la mente del hombre común es capaz de concebir, entender y explicar esa idea. Ese concepto fue concebido por mentes muy reflexivas, como las de los filósofos griegos, y sólo por mentes de esa naturaleza puede ser más o menos entendida.

Es algo verdaderamente muy deplorable esta nebulosa confusión, porque la esperanza de la salvación más allá de esta existencia es la razón de ser del evangelio.

La gran apatía de los cristianos modernos por las promesas genuinamente bíblicas, que  son: la Segunda Venida de Cristo, la resurrección de los muertos y la vida eterna en una tierra nueva; y su radical centralización en poner la fe en Dios para la solución a los problemas de esta vida, es uno de los peores daños que ha hecho al cristianismo la doctrina de la inmortalidad del alma.

Es muy lamentable que el cristianismo haya perdido la expectativa bíblica de la salvación y esté centrado en los asuntos de esta vida, porque el apóstol Pablo escribió en Primera de Corintios 15.19:

SI SOLAMENTE PARA ESTA VIDA ESPERAMOS EN CRISTO, SOMOS LOS MÁS DIGNOS DE LÁSTIMA DE TODOS LOS HOMBRES